Climas divergentes
Junto a su origen madrileño y la pertenencia al frente generacional que aflora justo ante el umbral del nuevo siglo, Laura Torrado y Fernando Sánchez Castillo comparten asimismo el hecho de haber asociado el arranque de sus trayectorias al Centro de Recursos Culturales de la Comunidad de Madrid, donde ambos realizaron su primera muestra personal. Y, a su vez, de la estimulante siembra que dicho centro propició en su memorable etapa de la primera mitad de los noventa, son hoy, sin duda, dos de las figuras que han consolidado a la postre una apuesta de interés definitivamente más firme.
Pero, aun cuando la analogía se prolonga todavía con la utilización de recursos y soportes semejantes, como la fotografía, el vídeo o las estrategias objetuales, las respectivas propuestas reflejan talantes y poéticas marcadamente dispares. De dicción intimista, el imaginario de Laura Torrado ha centrado a menudo sobre la propia efigie su repertorio de evocaciones escénicas del territorio de la feminidad. Con todo, estas tres piezas recientes sugieren el esbozo de registros inéditos. Especialmente, con la inquietante oscilación de ese rostro, desdibujado e inerte, del bucle videoproyectado y, desde una apuesta de mayor ambición dramática, con la secuencia fotográfica de aroma seudo hitchcockiano, cuyo clima ambiental ha potenciado con una obsesiva rúbrica sonora.
FERNANDO SÁNCHEZ CASTILLO
Galería Max Estrella
Santo Tomé, 6, patio.
Madrid Hasta el 15 de junio
LAURA TORRADO
Galería Oliva Arauna
Claudio Coello, 19.
Madrid Hasta el 15 de junio
De querencia radicalmente más mordaz y corrosiva, Sánchez Castillo ha omitido, en esta ocasión, sus memorables invenciones mecánicas, para documentar -ambas en series fotográficas y la segunda asimismo en un vídeo- dos intervenciones alegóricas: el asalto de la Escuela de Bellas Artes de París por un todoterreno con camuflaje de tanqueta y las evoluciones de un caballo por los pasillos de la Autónoma madrileña, en recreación de un legendario episodio de las luchas estudiantiles de antaño. Aun así, el logro mejor se da, para mí, en los luminosos rótulos de feria que completan la muestra, y donde da réplica irónica a algunas sentencias emblemáticas, como en ese inefable 'vivo sin trabajar' que subvierte, desde la apelación al potencial emancipador de lo artístico, la tenebrosa desfachatez de la leyenda inscrita en el umbral de Auschwitz.
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