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Columna
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Predicar con el ejemplo

En contra de lo que se suele creer, los españoles poseemos un carácter poco conservador. Esto es evidente, sobre todo, en cuestiones de arquitectura donde cualquier edificio de más de cien años nos parece una antigualla que derribaríamos sin ningún reparo. Así es como hemos edificado buena parte de nuestras ciudades: destruyendo su pasado. Sin embargo, lo que para nosotros resulta habitual, no lo es en otros países, más inclinados a cuidar su patrimonio. Los neoyorquinos, por ejemplo, han puesto el grito en el cielo al vernos demoler un edificio histórico de su ciudad para construir sobre su solar la nueva y moderna sede del Instituto Cervantes. No sé si ésta será la mejor carta de presentación del Cervantes en Nueva York pero, desde luego, responde fielmente a nuestra manera de ser. Nadie podrá llamarse a engaño.

Una excepción a esta particularidad de nuestro carácter la constituyen los arquitectos. Por la naturaleza de su trabajo, la mayoría de estos profesionales son unos conservadores que harán cuanto esté en su mano para mantener en pie cuantos edificios posean algún valor. Esto es, precisamente, lo que acaba de hacer el Colegio de Arquitectos de Alicante, que ha decidido trasladar su sede a una antigua casa de vecindad, en la plaza de Gabriel Miró. Yo, que me considero un conservador moderado, no puedo sino aplaudir esta decisión de los arquitectos alicantinos. Con ella, no solamente libran un hermoso edificio de la piqueta, sino que darán vida al deteriorado centro de la población. La plaza de Gabriel Miró es una de las más hermosas de Alicante: la delicada fuente de los hermanos Bañuls y los frondosos ficus que la rodean forman un conjunto extraordinario, único en la ciudad. Desgraciadamente, la desidia del Ayuntamiento la ha sumido en el abandono estos últimos años, convirtiendo el lugar en intransitable.

Los arquitectos alicantinos pretenden que la decisión de construir su sede en este lugar sea un acto simbólico. Antonio Marí, el presidente del Colegio, ha animado a otras instituciones a recuperar el centro de la ciudad con iniciativas semejantes. Sería deseable que sus palabras encontraran eco. Si el centro histórico de Alicante tiene posibilidad de salvación, debe provenir de los propios alicantinos. Confiar en que el Ayuntamiento aporte alguna solución al problema parece una temeridad. Durante los últimos diez o doce años, el centro histórico de Alicante se ha degradado sin que las autoridades municipales mostraran una sincera preocupación por el asunto. Sus palabras, cuando las han pronunciado, no han ido más allá de la retórica acostumbrada y los planes urdidos han resultado quiméricos o ineficaces.

No afirmaré que la tarea de recuperar un centro histórico sea sencilla. Algunas ciudades, sin embargo, lo han logrado. Para ello, hay que viajar, informarse y después trazar, con técnicos competentes, los planes adecuados. Y vigilar firmemente su cumplimiento. Pero, sobre todo, hay que tener voluntad y predicar con el ejemplo, como acaban de hacer los arquitectos de Alicante.

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