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CRÓNICAS DEL SITIO
Columna
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Experiencia virtual

Cuando entré, aquella sala de experiencias virtuales me recordó a la consulta del dentista. Aunque el joven empleado que me atendió se parecía al de una agencia de viajes. Me preguntó qué experiencia quería 'vivenciar' y pedí una de cariño verdadero.

Pero de esas no tenían y me ofrecieron en su lugar una de sexo cubano o tailandés. Y también de combates diversos, con helicópteros artillados y carros de combate o de comando y samurai.

Contesté que no me gusta revolcarme con nadie ni matarle, sin haberle conocido antes un poco. Así que, finalmente, escogí un programa de vuelo simulado. De nuevo me dieron a elegir entre varios tipos de avión. '-Yo no quiero un avión, ni un helicóptero, sino volar como un pájaro. Pero lo que sí me gustaría elegir es un vestido vaporoso de seda y con la melena al aire, si es posible'.

Y sobre todo, no hay que olvidar que el mundo real no es casi nunca reversible

Les costó trabajo, pero finalmente encontraron lo que pedía. Me acostaron en una especie de sillón de relax, con un casco que me tapaba los ojos y me conectaron más cables que para un electrocardiograma. Pero un momento después ya me encontraba volando entre las nubes y salía de ellas enfilando un valle, sintiendo el viento en mi cara y en el cuerpo y el vestido pegado a la piel y el tirón de mis cabellos ondeando.

Pasé cerca de una granja casi rozando las vacas y saludé con la mano a una familia, que no pareció extrañarse al verme. Luego me encontré en la isla de Manhattan y pude realizar uno de mis viejos deseos, pasar volando bajo el puente de Brooklyn. Al levantar la vista descubrí ante mí las Torres Gemelas resplandecientes. Giré hacia ellas y pasé entre sus dos moles a toda velocidad, aunque no me atreví a mirar hacia los lados por no ver aquellos rostros tras de las ventanas.

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Se me hizo muy corta la sesión virtual, pero al levantarme me sentía realmente cansada del esfuerzo. El empleado me dijo que el vuelo a Nueva York es el más solicitado y que a los usuarios les gusta estrellar su avión contra las torres, sobre todo desde que han incluido en el programa un epílogo con telediarios que muestran la foto del protagonista y entrevistas a unos vecinos que declaran: 'Parecía una persona tan normal y educada. Quién hubiera imaginado que pudiera hacer algo tan terrible'.

Últimamente venía escuchando críticas a la realidad virtual, pero a mí no me parece mal. Es como soñar despierta, que a mí siempre me ha gustado. Dicen que puede crear adicción. Es posible, pero será una más; que cuando se tienen varias, resultan menos peligrosas. Pienso que el principal cuidado está en saber cada vez en qué mundo estás, para no meter la pata con las leyes que rigen en cada situación, especialmente la de la gravedad. Y sobre todo no olvidar que el mundo real no es casi nunca reversible; y cuando te equivocas no puedes salir del programa y volver a entrar como si nada.

La película Matrix planteaba la posibilidad de si lo que tomamos por realidad no será una construcción virtual y si no viviremos realmente vegetando, conectados sin saberlo a un gigantesco ordenador que nos sirve las apariencias de la realidad. Pero mucho antes de que Calderón escribiera que la vida es sueño, las religiones ya habían convencido a sus fieles de que el mundo y la carne son realidades menores y que la vida verdadera empieza sólo tras la muerte. En aquellas épocas sin televisión, alguien penetraba en la oscuridad de una iglesia y se encontraba inmersa en una realidad virtual que creía verdadera. Y es que había representaciones del cielo y del infierno que daba gloria verlas.

Al arte le costó mucho desprenderse de lo sagrado. Pero cuando se asentaron las ciudades y su burguesía, se inventó la novela, que es una auténtica consola de realidad virtual. Los curas contraatacaron diciendo que leer novelas era pecado, porque bastante realidad virtual era la que ellos predicaban. Pero a mí me encanta abrir en el metro una novela y sumergirme al instante en otro mundo apasionado o divertido. Luego, cuando el altavoz me avisa que he llegado a mi destino, cierro el libro y me cambio a este otro mundo entre terrible y aburrido.

A veces me pregunto cuál de ambos mundos es más real y a cuál de ellos pertenezco. Quizás ni siquiera fui creada realmente, sino sólo imaginada. Como ese Dios que probablemente sólo existe en mi imaginación. Y la pregunta más difícil de todas: el amor verdadero de mis ensoñaciones ¿existe realmente? Pues si existe, que se prepare. Porque yo no he renunciado a encontrarle. O a que él me encuentre.

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