Eminentes fantasmas
El Mundial se define por sus ausencias, pero también por los que llegan en calidad de incógnitas, y no me refiero al novato que chupa un caramelo sin esperanzas de chutar, sino al gladiador que viaja mermado a la contienda. En 1990, el de Italia dependía de la rodilla de Gullit del mismo modo que en el de Corea del Sur y Japón depende del pie de Beckham. La topografía de esos huesos se estudia en los periódicos como un mapa de la guerra en los Balcanes. Sabemos que Gullit sanó, aunque no lo suficiente. La situación de Beckham es más grave. Su equipaje deportivo incluye férula y bastones. El capitán de Inglaterra puede quedarse sin usar sus zapatos blancos o volver como Hamlet en el acto V, dispuesto a pronunciar lo que Shakespeare pensó que diría en presencia del rey Zidane: "Si su entereza física habla, la mía está lista". Inglaterra hace bien en llevar a su más temible inválido. Lo único superior a un crack es un crack que resucita. Territorio de sombras y aparecidos, el fútbol se nutre de los descartes de la fortuna o del técnico, el influjo de los que antes llevaron esos colores, los convalecientes que pueden resurgir. ¡Ay de aquél que no sepa elegir a sus fantasmas!