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Columna
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Sueño del porvenir

Dentro de muchos años probablemente la civilización será única, libre y global, y el idioma común un spanglish evolucionado, con algunas pinceladas orientales y alemanas y un casi imperceptible acento francés. Dentro de muchos años, ojalá que menos, las religiones sólo se moverán en la esfera privada, y la siempre compleja relación con el ser supremo será un asunto personal e intransferible, aunque muy bien auxiliado por las tecnologías del porvenir: fabulosas herramientas que nos acercarán hasta los metafísicos y literarios bordes de lo inefable. En esa época futura, pero inaugural, el género humano será muy mestizo, y en países como Papúa o Malawi, que hoy son de los más pobres del mundo, relucientes almacenes de acero y cristal ofrecerán todas las prestaciones y productos conocidos, siempre a precios razonables. Para entonces la mitad de la población de la tierra tendrá más de 65 años, y Johann Sebastian Bach será el gran referente del planeta azul; nuestra bandera incolora allende las galaxias. Dentro de muchos años, ojalá que menos, todos seremos extranjeros, o mejor dicho nadie lo será porque no habrá fronteras, y el nacionalismo sobrevivirá como un modesto tema de estudio en las aulas públicas, no tanto en las privadas. La propia España, sin ir más lejos, no será otra cosa que un bello concepto. Un recuerdo prestigioso, muy parecido al que hoy guardamos del oro y las guerras de Tartessos. Para algunos, esta ensoñación es un dibujo de la muerte. Para otros podría ser el paraíso: una democracia universal y un mismo sistema de valores desde la última Thule groenlandesa hasta la primera esquina de la calle donde vivimos. No por ello, sin embargo, podremos escamotear los grandes, aunque cotidianos asuntos del hombre; los que nos hermanan con las gentes del Neanderthal, y aún más atrás: la muerte, la infinita extrañeza de la vida; el juego del amor y también la necesidad de misterio, en la que el hombre y la mujer son insaciables, y que ninguna pasión política, ninguna etnia, ningún desarrollo técnico y ninguna advocación lograrán nunca llenar del todo. Para bien general.

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