El Nécora sale a flote
El 'desaparecido' Castro Santos mantiene en Segunda al Ejido tras una espectacular remontada en la segunda vuelta
'Lo peor', confesó el pasado sábado Fernando Castro Santos después de que su equipo, el Polideportivo Ejido, lograse eludir el descenso de la Segunda División a la Segunda B, 'era llegar los lunes e intentar convencer a los jugadores de que olvidasen la clasificación'. Cuando Castro Santos arribó a El Ejido, al final de la primera vuelta, el equipo almeriense parecía condenado a un fugaz paso por una categoría a la que había ascendido por primera vez el año anterior. Hasta los conocidos del técnico gallego se hacían cruces: '¡Dónde se va a meter Fernando!'. Los primeros partidos parecieron confirmar que nada podría resucitar al Poli: acabó la primera vuelta con 14 puntos. Pero la insistencia de Santos y los fichajes llegados en diciembre lograron que los jugadores ignorasen los periódicos del lunes. Y el muerto se levantó: 36 puntos en la segunda vuelta y... la salvación.
Tal vez muchos subestimaron el carácter de aquel correoso lateral del Pontevedra al que se conocía futbolísticamente por su segundo apellido y que hizo más fortuna en el banquillo que en los campos de juego. Como entrenador, mucho antes de recalar junto a los invernaderos de Almería, Santos ya había protagonizado otro milagro. Cogió al Compostela en Tercera y lo llevó a Primera con un equipo en el que había jugadores de más de 30 años de edad y que nunca habían salido de la Segunda B. Santos esculpió un grupo aguerrido y directo, el fútbol en el que él mismo se había criado. Por aquella época empezó a popularizarse su mote de El Nécora, cuyo origen sigue siendo dudoso. Pero,cuando mejor le rodaban las cosas a este hombre de gesto un tanto atormentado, le fulminó el ángel exterminador de José María Caneda, el atrabiliario presidente del Compostela, que le despidió al final de la temporada, sin previo aviso, después de que hubiera mantenido al equipo en Primera capeando la precariedad de la plantilla.
La epopeya situó a Santos en el mercado del fútbol de elite y, con la temporada siguiente ya iniciada, le llamó el Celta. Pero en Vigo, muy cerca de su casa, nunca congenió con la hinchada ni con el hombre fichado para liderar el equipo, el ruso Mostovoi, que aún no se había sosegado tras sus turbulentas aventuras en el Benfica y el Estrasburgo.
Castro tuvo que cruzar el Miño para rehabilitarse. Cogió a un modesto equipo portugués, el Sporting de Braga, y lo llevó a la Copa de la UEFA. Y otra vez patinó en el momento en el que la fortuna parecía favorable. Sucumbió a la tentación de una oferta del Sevilla, desesperado por regresar a Primera, y la descomposición del club andaluz se lo llevó por delante. La historia se repitió a la temporada siguiente en el Tenerife. Durante más de un año, Santos desapareció. Hasta que, harto del paro, se aferró a la oferta del Ejido aunque a todos les pareciese una opción descabellada. Ahora le han ofrecido seguir en Almería, pero su agente vuelve a tener trabajo: en Braga todavía se acuerdan de él.
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