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Reportaje:REPORTAJE

Un pedazo de realidad rusa en el corazón de Europa

Pilar Bonet

El futuro de Kaliningrado, la región más occidental de Rusia, pone a prueba las relaciones entre la Unión Europea y Moscú. Este territorio, que se convirtió en un enclave ruso al desmoronarse la URSS, puede transformarse en una isla cuando Lituania y Polonia ingresen en la Unión Europea y, aplicando la normativa Shengen, impongan visado a los rusos de Kaliningrado para transitar hacia la Bolshaya Rossía (la Gran Rusia o el resto del país). En el enclave, la esperanza de llegar a ser un Hong Kong europeo está dejando paso al fantasma del Berlín dividido y aislado por la guerra fría.

Para el millón de rusos residentes en Kaliningrado, Moscú, a 1.200 kilómetros, está más lejano que Varsovia, a menos de 300 kilómetros, o Berlín, a algo de más de 600 kilómetros. Y no sólo es cuestión de distancia. Para ir a la capital rusa deben atravesar Bielorrusia, además de Lituania o Polonia, que les exigirán visado a partir de julio de 2003. Pasajes aéreos, dos veces más caros que trayectos equivalentes en el interior de Rusia, son la alternativa.

Ante Kaliningrado se abre un nuevo reto: ser un proyecto piloto de la colaboración entre Rusia y la UE o un 'agujero negro' en Europa

Kaliningrado es el emplazamiento de la flota rusa del Báltico, y por su condición militar estuvo cerrado a los extranjeros en época soviética. El enclave, que tiene puertos militares y de mercancías, carece de líneas regulares de pasajeros con San Petersburgo (el puerto ruso más cercano, a 1.100 kilómetros). Desde que Letonia impuso visado a los rusos, el trayecto en tren a San Petersburgo se ha prolongado en 10 horas debido al rodeo para evitar el territorio letón.

Los obstáculos en el camino hacia Rusia hacen que los habitantes de Kaliningrado, y sobre todo los jóvenes, miren más hacia Occidente que hacia el Este. Tanto que hasta el Parlamento local ha aprobado este año un programa de educación patriótica para familiarizar a los escolares con la historia y la cultura rusas. 'Los jóvenes se representan a Rusia como un monstruo burocrático y corrompido que no resuelve sus problemas', afirma Serguéi Kozlov, vicepresidente del Parlamento local.

'Cuando voy a San Petersburgo o a Moscú, mi madre tiene miedo a que me ataquen, y me llama por las noches para saber si estoy bien. Cuando voy a Alemania, no se preocupa', dice Yevguenia, una dinámica periodista de 21 años, ilusionada por acompañar a un grupo de rock local en una gira europea. Yevguenia tiene claras sus preferencias. San Petersburgo, pese a todo su esplendor, le parece una ciudad congelada en la época soviética. Los moscovitas, a su vez, le resultan demasiado abstractos y esnobs.

Modernidad y aranceles

Yevguenia pertenece a la generación de los nietos de aquellos rusos que llegaron a Prusia Oriental después de que parte de esta región fuera incorporada a la Unión Soviética en 1946 con el nombre de Kaliningrado. Durante décadas, aquellos rusos vivieron con sensación de provisionalidad, entre las huellas de la II Guerra Mundial. Sus descendientes se sienten rusos, pero también diferentes a sus compatriotas de la Bolshaya Rossía. 'Nuestra avenida Lenin nada tiene que envidiar a la avenida Nevski de San Petersburgo', dice un habitante local, refiriéndose a la principal arteria comercial de la antigua Königsberg. Las boutiques de lujo y los supermercados atestados de mercancías de importación de esta calle producen una sensación de bienestar y modernidad que contrasta con los degradados barrios periféricos o con la atmósfera retro (Alemania, años treinta) de los balnearios costeros.

Kaliningrado tiene una intensa vida nocturna. Casinos, restaurantes, discotecas y anuncios de servicios sexuales son parte del paisaje de esta provincia seriamente afectada por el sida y las drogas, que ha sufrido en mayor medida que otras provincias rusas las consecuencias de la desintegración de la URSS. Para compensarla se creó en 1996 una zona económica especial, que da a la región un régimen privilegiado de aranceles. Con piezas occidentales importadas a tarifas reducidas o nulas se montan aquí televisores, coches (BMW alemanes) y muebles, que luego se venden en Rusia. En Kaliningrado, los taxis son Mercedes porque los residentes pueden importar autos occidentales con aranceles más bajos que el resto de los rusos. Las compensaciones al aislamiento, no obstante, no han permitido alcanzar el nivel de vida medio de Rusia, según reconoce el gobernador, Vladímir Yegórov, antiguo comandante de la flota del Báltico. El PIB de Kaliningrado es hoy inferior en un 35% a la media rusa, y eso que se ha desarrollado en los últimos años a un ritmo muy superior al del resto del país (12% de crecimiento industrial en 2001, frente a un 5% en Rusia), pero no basta. 'Si Rusia quiere conservar la región debe asegurar un nivel de vida comparable con el de los territorios vecinos', señala Serguéi Kozlov.

Entre los políticos locales, unos creen que Kaliningrado debe orientarse hacia el mercado de la UE y otros piensan que debe utilizar más a fondo sus ventajas arancelarias en Rusia. Ambas cosas tienen sus dificultades, porque el régimen arancelario privilegiado de la provincia provoca conflictos con productores de otras regiones rusas. De ahí que la producción de muebles o conservas baratas de Kaliningrado haya sido sometida a cuotas. De ahí los problemas que encuentran en las carreteras rusas los camiones de las empresas de transportes domiciliadas en el enclave.

Una vitrina de la reforma

'Kaliningrado no es el agujero negro para las actividades delictivas. El agujero negro es Rusia, que teme la transformación de Kaliningrado en una isla de transparencia', dice Kozlov. La disyuntiva, dice, está entre 'convertir a Kaliningrado en una vitrina de la reforma en Rusia, o bien cerrar el territorio'.

Serguéi Paskó, el dirigente del Partido Báltico Republicano, representa una tendencia minoritaria, pero susceptible de desarrollo en Kaliningrado. Su partido propone crear una República báltica que sea un 'sujeto de derecho internacional', asociado simultáneamente a Rusia y la UE.

Los rusos han echado raíces en Kaliningrado e incluso han asimilado el pasado alemán. Durante años, las estilizadas ruinas góticas de la catedral junto a la cual está la tumba del filósofo Immanuel Kant fueron la imagen de las conmociones históricas vividas por esta antigua villa hanseática. Ahora, una capilla protestante y otra ortodoxa jalonan la entrada del templo reconstruido, que ha adquirido la apariencia maciza y terrenal de una mansión burguesa. El pasado fantasmal se diluye, y ante Kaliningrado se abre un nuevo reto: ser un proyecto piloto de la colaboración entre Rusia y la UE o un agujero negro en Europa.

Cabeza de puente hacia la Unión Europea

LA UNIÓN EUROPEA no ha cedido ante las peticiones de Moscú y quiere que los rusos de Kaliningrado, de camino hacia el resto del territorio de su país, obtengan visado para cruzar Lituania y Polonia cuando estos Estados se incorporen a la UE. El jefe de la diplomacia del Kremlin, Ígor Ivánov, ha pronosticado que las conversaciones sobre este tema serán 'muy difíciles' en la cumbre ruso-europea del 29 de mayo en Moscú. Todo indica que la presidencia española transferirá el problema a la presidencia danesa. La Comisión de la UE teme que Kaliningrado pueda ser utilizado por delincuentes y emigrantes ilegales para llegar a Europa y se niega a hacer concesiones sobre la aplicación del régimen de visados Shengen. El gobernador de Kaliningrado, Vladímir Yegórov, considera absurdo tratar este régimen 'como si fuera la Biblia'. Hasta ahora ha habido discrepancias internas entre los países miembros. Lituania y Polonia, que eran receptivos a una solución sin visado, han acabado plegándose a los dictados de la Comisión Europea. En abril, el primer ministro ruso, Mijaíl Kasianov, presentó en Bruselas un plan de corredores ferroviarios y automovilísticos para asegurar el libre desplazamiento de los kaliningradenses hasta Rusia. Pero la Comisión lo ha rechazado. Los rusos, además, han despertado susceptibilidades al hablar de 'corredores', un término que deja indiferentes a los españoles, pero que pone nerviosos a los polacos, porque les recuerda el corredor de Danzig y la invasión de Hitler. A algunos, la idea de trenes cerrados sin paradas a través de Lituania les despierta suspicacias. En Kaliningrado quedan 25.000 soldados, y Rusia ha anunciado que recortará este contingente en 8.600 hombres más. La forma que adopte la ampliación de la OTAN al este de Europa será clave a la hora de determinar el papel militar de la región.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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