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Columna
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La Trini

Su fuerte es la sonrisa. Cuando ríe le acompañan los ojos para combinar firmeza con dulzura y sacarle al conjunto un punto de picardía. Con más atractivo aún que belleza, Trinidad Jiménez conserva el aire fresco de la juventud sin renunciar a la apariencia de madurez. Es, en definitiva, un buen cartel electoral con la imagen y la edad apropiada para competir en unos comicios municipales. Ella será la baza del PSOE para la alcaldía de Madrid. Sin embargo, esta mujer, que mantiene incólume el acento malagueño a pesar de tener un pasado nómada repleto de estaciones exóticas, es una perfecta desconocida.

Solo quienes están en la pomada saben algo de ella, lo que la convierte en una apuesta cargada de incógnitas y emociones. Nadie medianamente inteligente se atreve a despreciar lo que ignora, y su concurrencia en la escena política madrileña ha producido gran expectación y hasta un cierto nerviosismo entre quienes daban por ganado Madrid para las filas populares. Sin embargo, donde doña Trinidad ha encontrado hasta ahora peores caras ha sido en su propio partido. Y no tanto porque su irrupción con el pleno apoyo de Rodríguez Zapatero frustrara las legítimas aspiraciones de otros hipotéticos candidatos como por el pavor que provoca en los bajos fondos del partido el que alguien venga a desmantelarles el chiringuito.

En el PSOE, al igual que pasa en el PP, hay mucho cabecilla de medio pelo que se mantiene apalancado gracias a cuatro amiguetes. Su perfil es un clásico de la política. Descreídos en ideología, su objetivo primordial dejó de ser hace tiempo la conquista del poder y la transformación de la sociedad para importarles por encima de todo el seguir instalados en el momio a perpetuidad. Este tipo de personajes resulta especialmente nocivo en los procesos de primarias porque, con unos apoyos mínimos y manejando los hilos desde la sombra, consiguen controlar el cotarro. Su intervención fue decisiva hace cuatro años, cuando intereses ajenos a los de la ciudadanía a la que supuestamente se deben propiciaron la candidatura de Fernando Morán.

Todos hemos sido testigos de los lamentables resultados que cosecharon en la Casa de la Villa. Hasta que Simancas tomó las riendas, la oposición fue para el gobierno municipal un auténtico paseo militar, y aún hoy los concejales populares se declaran aburridos por carecer de una fuerza rival que les presente batalla en la corporación. Aunque Trinidad Jiménez no ha tenido hasta ahora actividad orgánica, me consta que es consciente de lo que ocurre en el socialismo madrileño. Es evidente que alguien que aspira a convertirse en líder ha de acudir distrito por distrito para explicar cómo pretende reconquistar el gobierno municipal. De igual forma, sus compañeros deberían testar en esos encuentros si además de su desbordante vitalidad y entusiasmo verbal está capacitada para ganar y gobernar Madrid. Por desgracia, no sucederá exactamente así. Irá, desde luego, a vender su proyecto a las agrupaciones y puede incluso que alguien cuestione con argumentos sólidos su falta de experiencia y desconocimiento del terreno añorando un candidato mínimamente bregado en los problemas de la Villa y Corte.

Eso sería lo razonable. Pero, conociendo el percal, encontrará más preocupación por las situaciones personales y las pequeñas mezquindades. Así, que los que no queden satisfechos con las respuestas, incordiarán todo lo que puedan en lugar de ayudar. Hay quien opina que, por encima de todo, la de Trinidad Jiménez es una buena opción sencillamente porque la FSM no tiene a nadie mejor. Zapatero la defendió con una encuesta en la mano según la cual los madrileños quieren una cara nueva, joven y que sea de mujer. La Trini, como se la empieza a conocer entre los colegas, cumple esos requisitos y asegura estar tan convencida de la victoria que en sus planes no contempla la derrota. Sólo ante la insistencia afirma rotunda que no abandonaría el Ayuntamiento aunque perdiera. Lo dice con esa sonrisa cautivadora. Hoy por hoy, su mayor patrimonio electoral.

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