Un bajonazo
Muchos espectadores pidieron la oreja para Antonio Barrera, y eso no está nada bien. Un bajonazo tan descarado como el que propinó al sexto de la tarde emborrona la labor de un jabato que se jugó la vida sin cuento en una búsqueda desmedida del triunfo. No se olvide que los toreros son, ante todo, matadores de toros, y no matarifes, dicho sea con todo respeto para la profesión. Porque a los matarifes no les piden orejas por muy buenos profesionales que sean.
O sea, que no. Que los pañuelos hay que guardarlos para ocasiones más señeras, señores.
Así y todo, Barrera dio una triunfal vuelta al ruedo porque su actuación en los dos toros fue un derroche de decisión, de valentía, de pundonor y de arrojo. Y eso hay que premiarlo, qué caray.
Guardiola / Cepeda, Uceda, Barrera
Tres toros de Guardiola Domínguez: 1º y 2º, bien presentados, bravos y flojos; 5º, de excelente presentación, peligroso. Y tres de Guardiola Fantoni, todos de gran presencia: 3º, bravo y encastado; 4º, bravo y noble, y 6º, bravo y encastado. Fernando Cepeda: estocada que hace guardia y un descabello (silencio); dos pinchazos y el toro se echa (pitos). Uceda Leal: casi entera trasera (silencio); estocada y un descabello (pitos). Antonio Barrera, que confirmó la alternativa: pinchazo, estocada -aviso- (ovación); bajonazo (vuelta). Plaza de Las Ventas. 23 de mayo. 11ª corrida de feria. Lleno.
Sobre todo, estuvo hecho un jabato en el último, un toro con cuajo, bravo en el caballo y encastado y con recorrido en el tercio final. Inició la faena con dos pases cambiados por la espalda que abrochó con sendos de pecho. Con la muleta en la derecha aguantó impertérrito las violentas embestidas del animal, y las dominó con quietud y un valor desmedido. Otras dos tandas surgieron rápidas, pero muy emocionantes por la pelea a ley que mantenían toro y torero. Citó con la izquierda y resultó espectacularmente volteado sin consecuencias. Pero no se arredró. Por el contrario, volvió a la cara del toro, mientras la plaza entera rugía de emoción. Se perfiló por derecho para matar, pero la espada cayó excesivamente baja. Un borrón inmerecido para una faena de torero valiente, no exquisito, pero dominador y seguro.
Ya había presentado sus credenciales en el que confirmó la alternativa, un toro que empujó con fijeza en el caballo y le dieron de lo lindo. Tanto le dieron, que el torero pagó con creces la penitencia de su pecado. El animal se quedaba a mitad del viaje, y todo quedó en una demostración de voluntad y porfía.
Lo cierto es que la corrida estuvo muy bien presentada, especialmente los dos últimos; hizo una buena pelea en varas y tuvo un juego desigual en el tercio final.
Muy noble el cuarto, del lote de Cepeda.
Ay, Cepeda... Cuántas ilusiones ha roto este torero. Cuánta calidad en sus muñecas y cuánta tristeza de ánimo.
Su carrera la inició con un aldabonazo serio en esta plaza hace ya algunos años y, desde entonces, no se ha recuperado de aquel éxito. De cualquier manera, es un privilegiado. Otros, en su lugar, llevan años en su casa.
Es un artista del toreo a la verónica. Menos mal, porque ayer lo intentó con alfileres y no le salió ni una que mereciera la pena. Cría fama... Los artistas son así. No sería su día. Pues, hombre, para una sola actuación en San Isidro ya podría haber hecho un esfuerzo.
Que no y que no. Cogió la muleta en ese cuarto noble, que exigía un torero dispuesto, alegre y confiado. Y el toro se encontró con un torero inhibido, triste y precavido. Y así no puede ser. Además, ventajista, como un moderno cualquiera. Y así, menos. Dos redondos, dos, dignos de mención cuando el toro embestía una y otra vez y el torero se quitaba, se colocaba en terrenos inapropiados y se dejaba enganchar la muleta. Pero, hombre de Dios, si está la gente esperando un detalle, un solo detalle para encumbrarlo. Pero el torero, por lo visto, prefiere vivir de las rentas de un capote mágico que, ayer, sin embargo, se tornó vulgar.
En el primero fue muy molestado por el viento -hombre, una justificación válida- y por un toro que se había dejado el alma en el caballo. Después se dirá que el toro llegó aplomado a la muleta, que llegó, pero no caiga en el olvido la leña que le endilgó el señor picador.
Y salió el tercero con aires de manso. Olisqueó el albero, no le gustó la plaza y buscó la salida con carita de pena. Y, como no la encontró, decidió vender cara su vida. Embistió con violencia al capote de Uceda Leal, que aguantó como pudo la avalancha de fiereza. Salió disparado, hincó los pitones en la arena y dio una vuelta de campana auténticamente espectacular. Plaff... se escuchó en toda la plaza. Y ya se levantó con menos humos. Le midieron el castigo en varas, acudió con codicia en banderillas y llegó con bríos a la muleta. Pero la muleta de Uceda no era tan poderosa como el toro. Así, resultó una faena vulgar y ventajista. Eso ocurre cuando se torea hacia fuera, cuando manda el toro, cuando el torero se siente desbordado, cuando se mueve la muleta sin decoro ni sosiego, cuando... Porque torear no es sólo dar pases. Y eso lo nota cualquiera.
Sin embargo, le pitaron en el quinto injustamente. El toro, muy peligroso y bronco, no admitía un pase.
Un pase tuvo la vuelta de Barrera. Una vuelta para un torero valiente. Sí, señor.
Babelia
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