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ESPACIO | Seguridad en órbita

Medidas para atenuar los impactos de la chatarra espacial

Si uno tiene que esquivar o sobrevivir a una lluvia de proyectiles equivalentes a balas de calibre 22 disparadas por rifles, tiene dos alternativas realistas: o se parapeta como pueda o intenta limitar la probabilidad de impacto. En el caso de la chatarra espacial no se trata literalmente de proyectiles del calibre 22 (aunque los fragmentos en órbita de tamaño superior a un centímetro de diámetro tienen una energía cinética equivalente), ni la mayoría de las víctimas potenciales, exceptuando los astronautas, son personas sino ingenios espaciales, pero muy valiosos. El peligro de la basura espacial es importante y creciente a medida que aumentan las actividades en órbita y el número de artefactos lanzados al espacio.

Para reducir el riesgo, señala el experto Richard Crowther en el último número de la revista Science, se pueden hacer dos cosas: diseñar sistemas capaces de minimizar o reducir las consecuencias de los impactos de la chatarra espacial en los aparatos (ya sean satélites de comunicaciones, observatorios científicos o estaciones espaciales), o reducir el riesgo limitando las posibilidades de colisión, por ejemplo modificando la orientación de determinados artefactos.

En la misma Estación Espacial Internacional (ISS), por ejemplo, tras modelizar en ordenador el riesgo de colisión con chatarra espacial, se reforzó la cubierta exterior. En cuanto a la modificación de configuración de vuelo de artefactos espaciales, se ha evaluado la posibilidad de que los transbordadores vayan en órbita con la cabina orientada hacia atrás para protegerla.

Pese a ello, no hay forma, con las medidas actuales, de escudar los vehículos espaciales frente a la amenaza de más de 100.000 objetos en órbita, o controlarlos por radar desde tierra, pese a que los expertos aconsejan aumentar y mejorar las operaciones de seguimiento constante con radar.

De momento, parece claro que medidas como limpiar de basura espacial los alrededores de la Tierra recogiendo chatarra no es ni económicamente viable, señala Crowther. El mes pasado se ha reunido en el Reino Unido el comité de Coordinación Interagencias Antiresiduos para estudiar la situación.

Lo recomendable es limitar el vertido de residuos en órbita. Un paso importante es preparar los satélites y naves para que estorben lo menos posible cuando dejan de funcionar (retirándolos de las órbitas útiles o evitando que se deshagan en piezas peligrosas). También hay que diseñar los artefactos de manera que durante su puesta en funcionamiento u operación no suelten peligrosos proyectiles, como cubiertas o tapas de protección. Por supuesto los diseñadores de cohetes han de tomar todas las medidas para evitar que los fragmentos de los mismos, una vez finalizada la combustión, se conviertan en bólidos amenazantes para todo lo que se cruce en órbita.

Los efectos de los impactos de la chatarra espacial se aprecian en casi cualquier artefacto que vuele alrededor de la Tierra, desde los transbordadores que regresan siempre con claras cicatrices en el exterior, hasta satélites estropeados por el impacto de un fragmento descontrolado. Los 151 metros cuadrados del módulo experimental LDEF (instalación de exposición prolongada, en sus siglas inglesas), de la NASA, que permaneció en órbita a 500 kilómetros de altura desde 1984 hasta 1990, tenían más de 30.000 cráteres visibles cuando fue recuperado, de los cuales 5.000 con diámetros superior a 0,5 milímetros.

En un radio de 2.000 kilómetros alrededor de la Tierra hay más de dos millones de kilos de chatarra. Los expertos, recuerda Crowther, han dividido la población de basura artificial en tres categorías: los objetos mayores de 10 centímetros de diámetro en órbitas bajas y mayores de un metro en órbitas altas que se detectan rutinariamente desde Tierra y que forman la población catalogada; la llamada población letal, compuesta por objetos de tamaño entre uno y diez centímetros de diámetro y cuyo seguimiento no se puede hacer, pero que son capaces de provocar daños catastróficos en colisiones; y los objetos inferiores a un centímetro, frente a los cuales es posible construir pantallas de protección en las naves y satélites. Los objetos catalogados constituyen más del 99% de la masa total de basura espacial.

Los objetos en órbita baja acaban reentrando en la atmósfera y se desintegran, pero los que están a más de mil kilómetros de altura permanecerán arriba durante cientos o miles de años.

No hay que olvidar que en un choque en órbita, ya sea entre dos pedazos de chatarra o contra un vehículo o satélite, se pueden generar decenas o miles de fragmentos más pequeños pero muy peligrosos. 'Una moneda viajando a diez kilómetros por segundo, recuerda Science, tiene la misma energía de impacto que un autobús lanzado a 100 kilómetros por hora.

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