Amor al 'dream team'
Diez años después de la final de Wembley, el gol de Koeman sigue igual de recordado y aquel equipo es el referente 'culé'
Acaba de regresar Van Gaal, más animado que nunca, y los hay que todavía siguen aguardando a Koeman, como diciendo que no tardará, así que, mientras tanto, que canten misa, que los días de partido continuarán de paseo con la señora y los críos; o si no a la que puedan se irán de juerga con los amigos; o de charla con los jubilados, que siempre cuentan cosas; o al cine. Koeman no está aún por la labor. Recién llegado a Amsterdam, ha conseguido el doblete con el Ajax y, al igual que en su día Cruyff y Van Gaal, se ha dado un tiempo para poner a su equipo en el escaparate europeo para, después sí, entregarse al presidente del Barcelona y recalar en el Camp Nou con el mismo estruendo y entusiasmo que sus antecesores. Así de previsible es la vida azulgrana.
Frente a Cruyff, entrenador de equipo, Van Gaal es un técnico de club, y la entidad necesita hoy un barrido
Fue un equipo orgulloso, ganador por excelencia, en una entidad de naturaleza perdedora
No ha llegado el momento de Koeman como entrenador del Barça. Ni tampoco el de Zubizarreta, empeñado en hacer del Athletic un club tan sentimental como profesional, con independencia de si lo entrena Heynckes, Valverde o rita la cantaora. Parece que Laudrup también anda metido en líos del fútbol con el Brondby y alterna la pelota con la venta de vinos, lo mismo que Eusebio, que acaba de colgar las botas y está entre si entreno, comento partidos o mejor lo dejo todo y me voy a la viña. De Guardiola llegan grandes noticias, aun cuando se ha perdido el Mundial por una dichosa lesión: el calcio ha dejado de murmurar sobre qué toma para mantener esa cabeza tan clarividente, de manera que la temporada que viene jugará en uno de los grandes y, cabezón como es, aún se dará un par de años de margen para pasar por la Premier League y jubilarse en Francia de camino hacia casa.
Txiki Begiristain, mientras, anda por ahí, por TV-3, por el estadio, pues ya dejó dicho en su día, justo cuando se alineó con Bassat frente a Gaspart, que estaba a punto, con papel y lápiz para apuntar quien debe jugar y quien no. Qué decir de Bakero, que igual entra que sale del Camp Nou, si bien ahora se ha pasado a la administración y trabajará como asesor de deportes de la Generalitat. Y de todo el mundo es bien sabido que Stoichkov sigue jugando y mandado en Chicago, amenazando con romper el carnet de socio a la que Van Gaal se ponga fiero.
Desde el portero al extremo izquierda de aquél celebrado dream team están ahora en otros menesteres, en el entretiempo, a la espera de acabar su tarea y volver de alguna manera al estadio. Mientras, la directiva se ha entregado a Van Gaal en una decisión tan sorprendente como arriesgada. Frente a Cruyff, que fue un entrenador de equipo, Van Gaal es un técnico de club, y la entidad necesita hoy un barrido de padre y señor mío. Van Gaal pondrá orden en la casa, echará a los mercaderes del templo, señalará a los periodistas previa identificación y si conviene se romperá la nariz con Jordi Pujol y mandará al carajo a Villar con tal de salvaguardar su filosofía, que por lo que viene diciendo y llorando, es la misma que necesita la institución.
Una declaración de intenciones que enorgullece al socio de a pie que todavía se siente dueño del club, que habla de su presidente igual que de su entrenador y también de su asiento y de su carnet de toda la vida, desde cuando su padre le llevaba a Les Corts, como si para opinar se necesitara estar al corriente de pago y estuviera justificado hablar mal de los jugadores y bien de los directivos. Todo le pertenece frente a quien, abonado o no, no se siente amo de nada sino partícipe de una manera de entender el juego, gente que se enamoró del dream team, sin reparar en su paternidad, aún cuando Cruyff fuera su hacedor con el dinero de Núñez.
Hoy la comunión resulta aún difícil, pese que Núñez ya dejó de combatir al cruyffismo y Cruyff al nuñismo en una pugna que ha desgastado tanto al club que hoy ya no sabe lo que le conviene, esclavo de una forma de dirigir la institución y también de un juego de difícil repetición. El dream team fue un punto de encuentro entre el socio y el aficionado, entre el militante y el que se da de baja, entre el que le gusta el fútbol y al que tanto le da. El impacto de aquél equipo de Cruyff en el Barcelona y en el fútbol español fue tremendo. Tal fue su capacidad de seducción que todavía hoy se recuerdan sus goles, sus partidos, sus jugadores, como si fuera una cosa que dificilmente volverá a suceder en un club que se repite demasiado para mal. Desde entonces no se ha visto otra organización futbolista de ataque tan incontenible, un plantel tan confiado en la victoria, un grupo sin ningún complejo ni en la cancha ni en la grada, convencido siempre de que le alcanzaba con llegar al último partido con opción al triunfo porque entonces los rivales se aflojaban. Fue un equipo orgulloso, ganador por excelencia, en una entidad de naturaleza perdedora, de manera que el culé se sintió el rey del mundo, una sensación que sólo recordaban cuantos conocieron a Kubala y al Barça de las cinco copas.
Ganaron cuatro ligas y una Copa de Europa, la única que tiene el Barça en su historia centenaria, y perdieron otra en Atenas que sirvió para que el club recobrara su punto de locura después de un lustro de bonanza. Mientras el dream team duró, el culé vivió en el cielo. Por una vez el Barcelona no miraba a Madrid sino que Madrid tenía lo ojos puestos en Barcelona. Por un tiempo, toda la familia iba al campo y le salían parientes de todos los puntos del extranjero pidiendo una entrada. El dream team interesaba incluso a los que habían renegado del fútbol porque no era sólo fútbol.
El Barcelona de Cruyff tenía todo lo que se le puede demandar a un equipo. La explosividad de Stoichkov, el carácter ganador de Koeman, la visualización de Guardiola, el criterio de Zubizarreta, la elegancia de Laudrup, el amor propio de Bakero, el sentido de equipo de Eusebio, la pillería de Begiristain,... y hasta la pata de Julito Salinas para cuando no había manera de meter un gol como Dios manda. Talento y, sobre todo, inteligencia. El dream team era puro embrujo, tanto que hasta Zapatero ha reconocido que por entonces se le ponía la piel de gallina cuando veía jugar al Barça.
Diez años después de la final de Wembley, el gol de Koeman sigue igual de recordado y añorado por cuanto supuso para aquella generación que se enamoró tanto del dream team que aplicó su filosofía a su propia vida. Hasta que llegó Romario y le hizo perder el mundo de vista. Para bien y para mal, Romario fue el punto y final. Acabó la obra con la misma perfección que acto seguido sugirió su destrucción porque el dream team no se podía contemplar sino que demandaba vivirlo. Tanta gente que lo disfrutó y tanta semilla fue la que sembró que a buen seguro cualquier día volverá a brotar uno nuevo. Por muchos años, dream team.
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