Caballero peruano
Aunque le honre el dato de que su autor, para no confundir a nadie, no haya cambiado el título de este libro, que permanece idéntico al que publicó en 1991 como si se tratara de una reedición sin más, de hecho es otro libro bastante diferente, pues en estos diez años han pasado muchas más cosas que le han obligado tanto a ampliarlo en casi un centenar de páginas nuevas como a corregirlo a lo largo de las anteriores, lo que lo presenta como un libro nuevo de verdad, aunque la repetición del título también comporte cierta confusión, qué le vamos a hacer. De todas formas, esta nueva versión es mucho más completa y mejor que la anterior, quede aquí constancia de ello.
Se trata del resultado de más de treinta años de trabajo y de progresivo acercamiento de su autor hacia la obra primero y la vida después de ese otro escritor, Mario Vargas Llosa, al que ha elegido como modelo casi total, sobre quien no escatima ni elogios ni asentimientos en todos los terrenos. Le ha costado años de lecturas desde finales de los sesenta -pues al principio no le gustó del todo la primera gran novela de su modelo La ciudad y los perros, quizá, según confiesa, por haberla leído mal y sin la debida atención- y de un acercamiento personal a su persona cada vez más estrecho. No hay aquí más revelaciones que las que ya conocemos, pero sí miles de anécdotas y detalles que apuntalan y repiten lo consabido, y que no modifican sustancialmente la imagen pública de Mario Vargas Llosa, a quien desde luego se le pueden discutir muchas cosas, pero no su envergadura como el gran escritor y novelista que es.
VARGAS LLOSA, EL VICIO DE ESCRIBIR
J. J. Armas Marcelo Alfaguara. Madrid, 2002 494 páginas. 20,75 euros
Así las cosas, indiscutible
narrador desde el principio, las críticas a Mario Vargas Llosa han venido a posteriori y desde luego más por sus cambios políticos que por los literarios, que han sido inexistentes. Sus tres primeras novelas, La ciudad y los perros, La casa verde y Conversación en La Catedral fueron unánimemente alabadas sin apenas disentimientos, dada la unidad que mostraban entre su rebeldía progresista -casi marxista, dado su apoyo inicial al castrismo cubano- y su realización artística. Los problemas se plantearon después, cuando Vargas Llosa rompió con el régimen cubano y se pasó al enemigo liberal con armas y bagajes para, a raíz del caso Padilla (que Armas Marcelo cuenta aquí muy bien, pues conoció a todas las partes), alinearse con las propuestas teóricas de Karl Popper o las políticas de Margaret Thatcher, siendo así que la Thatcher no es un modelo de liberalismo, sino de conservadurismo, y Popper es bastante menos popperiano que Vargas Llosa, desde luego, pues se autoaplica su propia 'falsabilidad'. Vargas odia el término de 'neoliberalismo', pero a veces cae en él, pues estas posiciones le llevan a extremos de salvaje economicismo que nada tienen que ver con el viejo liberalismo clásico, ahora a los pies de todos sus propios caballos entre los que cabalga con denuedo nuestro gran caballero peruano.
El punto álgido de esta evolución llegó cuando se presentó a las elecciones peruanas para -literalmente- defender a la banca de su país contra una posible nacionalización anunciada por Alan García, siendo derrotado por el 'chino' Alberto Fujimori, que la defendió tan bien que si le dejan un poco más casi se la queda entera, mientras un resucitado García puso en apuros a un Toledo al que Vargas Llosa defendió frente a las torpezas de su propio hijo Álvaro, que a veces vuelve autobiográfico su propio libro sobre la idiotez latinoamericana. Tras su derrota electoral, Vargas Llosa volvió a la literatura con más fuerza que nunca, ganó el Cervantes, entró en la Real Academia y terminó en punta de lanza con uno de sus mejores libros, La Fiesta del Chivo, que concitó la unanimidad, pues por primera vez su crítica se ejercía sobre una dictadura de derechas. ¿Volvía Mario Vargas Llosa por sus fueros iniciales, tras tantas dudas vertidas entre La guerra del fin del mundo, Historia de Mayta y El Hablador?
Quizá nunca los abandonó. Fue el primer escritor comprometido, sartriano, fascinado por los libros de caballería y Flaubert, envenenado por Bataille y salvado por Camus, agnóstico y materialista hasta las cachas, que no ha dejado de serlo nunca, pues lo que más aborrece -y Armas Marcelo lo cuenta bien- es toda religión o religiosidad, todo 'pensamiento mágico', esto es toda irracionalidad. Es el mejor escritor 'realista' y 'comprometido' -y el más 'europeo'- de las letras latinoamericanas, cuya existencia pone en tela de juicio esos abusos de 'realismos mágicos' en las que tantos nos despeñamos. Se necesitaba que alguien lo contara con tanta claridad, pues buena falta nos hacía. Y nos hace.
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