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Televisión y violencia juvenil

El lector seguramente recuerda lo ocurrido el pasado mes de abril en Alemania: un individuo de 19 años irrumpió armado en un colegio del que había sido alumno, y mató a más gente que muchos bombardeos. La reacción política fue inmediata y un tanto rocambolesca. El canciller Schröder convocó a los directores de las cadenas de televisión, públicas y privadas, para pedirles que moderen la dosis de violencia y para debatir con ellos la influencia social de tanto sadismo en el medio. La zorra, respetable guardián del gallinero, pasa consulta y ofrece sus prudentes consejos. No me entra en la cabeza. Después de medio siglo de estudios sobre el asunto, el canciller de un país poderoso, quiere saber, por boca de quienes hacen y deshacen en la televisión, si sus programas tienen o no tienen una influencia funesta sobre niños y adolescentes. ¿Qué le iban a decir? ¿Qué TV es una escuela de santidad? Si a algunos hay que excluir de la consulta es a quienes manejan este cotarro. Y a los expertos pagados por los barones del medio, que si no los hay en nuestro país (no lo sé) será porque son considerados innecesarios.

Después de la segunda guerra mundial, el gran pasatiempo de Occidente fue el cine. Niños y adolescentes no estaban sometidos, ni en cantidad ni en calidad, a dosis masivas de violencia y pornografía; pues además se acostaban más temprano, estudiaban más horas y la disciplina familiar era mayor. He aquí el resultado de un estudio de Egdar Dale, en los años cuarenta. La pregunta a los niños: '¿qué te disgusta más de las películas?'.

-'No me gusta que maten a nadie'.

- 'El asesinato te produce malas costumbres'.

-'Los filmes sangrientos me enferman. Enseñan a matar'.

-'Tiroteos y asesinatos, malo. Odio ver sufrir a la gente'. Etcétera.

Si me dan paja como paja, si me dan grano como grano, dijo el burro de la fábula. Pero ahí tenemos a RTVE, a la RAI y a France Télévision, diciéndole a Prodi que toda su oferta es 'servicio público'. Los Estados pretenden así justificar su lucha por el pastel publicitario. La pornografía y la violencia son, estimado lector, 'servicio público'. Ellos llaman a su dieta 'entretenimiento'. Mientras, Schröder consulta a la zorra.

La televisión no convierte a un individuo en asesino en serie o múltiple, se apresuraron a declarar los expertos proclives, después de Erfurt. Quítense o añádanse puntos y comas, los argumentos esgrimidos en pro de la absolución total o parcial de la televisión son los mismos que ya leíamos hace décadas. Cuando es perdón a medias, peligro; se tiende a desdramatizar la influencia de la barbarie en imágenes. Uno podría preguntarles de quiénes se defienden y a quiénes defienden. Pues en realidad, los críticos nunca han dicho que, abolida la televisión y el cine sangrientos (hoy con la adición de los videojuegos e Internet), aquí nadie osaría levantarle la mano a un prójimo, ni nadie sentiría siquiera el deseo. Una televisión romanticoide y dulzona, por otra parte, haría llorar a moco tendido a buena parte del censo, sin por eso desterrar la mala baba que en su vida diaria tuvieren los adictos. A la ética sumémosle la estética: se han firmado penas de muerte escuchando a Bach. El más brutal de los crímenes nunca es producto de un solo factor, no quieran descubrirnos la pólvora. Eso se sabe desde antes de Mendel. A fines del siglo XIX ya se conjugaban la herencia y el entorno. Un individuo podía asesinar fríamente o ser héroe o santo, según el ámbito social en el que creciera: pero todo entorno contiene una multiplicidad de factores. Un asesino en serie que no haya visto en su vida imágenes violentas, es posible. Con todo, las imágenes violentas, y en las dosis masivas con que las prodigan estos medios, son un poderoso factor desencadenante. En otro plano, recordemos la mención de Albert Camus: uno se suicida porque ese día no le ha saludado un amigo. Naturalmente, ese desdén no es más -ni menos- que la gota en un vaso que ya no admite otra gota.

Según Salvador Cardús (hipotéticamente) 'la teleadicción no es causa sino síntoma de otras carencias educativas'. No es el villano, sino 'bálsamo y consuelo de mucha soledad, aburrimiento y otras dificultades para la comunicación a las que viven sometidos nuestros niños y niñas...'. El huevo o la gallina, entiendo yo. Cierto que la televisión, el cine y los medios más recientes, encuentran el terreno abonado para la violencia de toda índole. No son meramente sintomáticos, sino también etiológicos: causa y efecto a la vez. Es claro que la causa primera del malestar de nuestra cultura (dato metafísico aparte) es la exaltación exitosa de todos los valores que incentiven el despilfarro. La tecnología proporciona los instrumentos idóneos para la propagación del modelo y éste los va integrando en un todo. Decir que la televisión es 'bálsamo y consuelo' no difiere mucho del 'Ave, César, los que van a morir te saludan'. El mercado induce a llenar el tedio y la soledad por él creados, ofreciéndote lo más florido de su ser: una televisión estúpida y sanguinolenta. Como el magnate del epigrama, que erigió un hospital, pero antes había hecho a los enfermos.

Estamos hablando de una mentalidad social. Claro está, insisto, que no todos los niños y adolescentes la absorben en un mismo grado, pues eso depende, factor genético aparte, del entorno familiar y social: escuela, profesores, amigos, barriada, horas de exposición a los medios, etcétera. Eso ya lo dijo Helvetius en el siglo XVIII. Pero ninguna influencia es tan poderosa como las historias en imágenes de los modernos medios de comunicación. Ellos se han erigido en la columna vertebral del mercado, y eso no necesita prueba, de puro obvio: marcan las pautas. Unas pautas que fluyen, fundamentalmente en tres direcciones: embrutecimiento del gusto estético, anestesia de la sensibilidad moral e idealización de la violencia. La primera pauta, el encanallamiento del gusto estético por medio de dosis masivas de chabacanería, tampoco es cosa que necesite demostración: más palabrotas y más chistes tristemente obscenos que en el bar de la esquina. Concursos idiotas, canciones de una imbecilidad taxativa. Anestesia e idealización: los héroes de nuestros chicos son gratuitamente violentos. Se idealiza a los más duros, a los más bestias. Dostowieski: 'El hábito puede embrutecer al mejor de los hombres'. La televisión es el gran hogar de los malos hábitos.

Manuel Lloris es doctor en Filosofía y Letras.

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