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Columna
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Desconfianza

Hay cosas que no se resuelven con una frase enfática, debería saberlo Zaplana, y sombras que no se disipan en una intervención parlamentaria, lo sabe bien Rafael Blasco. El ejercicio del poder deja rastro y exige explicaciones. No hay patentes de corso, ni retórica alguna que evite pasar cuentas. Si el presidente de la Generalitat se empeña en negar la mayor, -ninguna corrupción afecta al PP-, la realidad, como el mar, le devolverá una y otra vez los restos de cualquier naufragio. El caso Cartagena, sin ir más lejos, flota todavía a la deriva en una de sus vertientes: la de las cesiones de crédito (en la otra, la de la apropiación indebida de fondos públicos desde la alcaldía de Orihuela, ya se produjo un choque estrepitoso contra los escollos). Y resulta que afecta a la subsecretaria de Planificación y Estudios de Presidencia, Ana Encabo, esposa del ex consejero de Obras Públicas, cuya implicación en la causa por los depósitos fiscalmente opacos es prácticamente la misma que llevó a su marido a dimitir. Feo asunto. Lo suficiente como para que Zaplana adopte al menos un tono de prudencia, si no se siente capaz a estas alturas de incorporar algún grado de autocrítica a su discurso político. Más correosa es la postura de Blasco, ese superviviente de otros escándalos incrustado en la Administración del PP como un cuerpo extraño pero imprescindible. Su comparecencia en las Cortes para explicar la adjudicación de los centros Mujer 24 Horas a una sombría sociedad casi evanescente llamada Lonerson Trade desarmó las acusaciones de irregularidad administrativa esgrimidas por la oposición, pero no evaporó otras inquietudes: ¿Qué están haciendo con los servicios sociales? ¿En manos de quiénes se ponen, a cuenta de la doctrina de las privatizaciones, prestaciones tan sensibles del sistema de bienestar social como la atención a mujeres maltratadas? Difícilmente puede sostenerse que ese tal Javier Pons Trénor de Molina o ese otro Óscar Varea Montolio son personas con la formación y experiencia adecuadas. ¿Qué ocurre entonces? ¿Qué hay detrás? Tal vez no lleguen jamás a entenderlo, tal vez no les convenga, pero nuestra obligación es desconfiar. Y la suya, la de Zaplana y la de Blasco, convencernos.

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