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Columna
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Matrimonios

'Una pareja de hecho no es exactamente igual que una familia. Y lo demuestra su propia denominación, porque las parejas de hecho, como bien dice su nombre, son de hecho'. Fin de la cita. Son palabras textuales de la mujer de Aznar, que la semana pasada expresó en La Carolina (Jaén) su desacuerdo con las medidas aprobadas por la Junta de Andalucía para equiparar las uniones de hecho, homosexuales o no, al matrimonio de toda la vida. No voy a glosar aquí su frase. Ni son palabras inteligentes ni a su autora se le conoce otro mérito para salir en los papeles que haber contraído matrimonio con Aznar. Pero cuidado con la simpleza de pensamiento, que la tontería nunca es inocente y a menudo sirve de coartada a la maldad.

Las normas aprobadas permiten convertir en rito social -en boda- la mera inscripción en un registro de las parejas homosexuales, y les reconocen a éstas su derecho a formar una familia mediante la adopción. La bienintencionada Junta pretendía satisfacer de este modo una vieja reivindicación de gays y lesbianas, pero las medidas al parecer llegan tarde. Según declararon el viernes pasado los organizadores de la I Muestra Mundo Gay celebrada en Sevilla, los gays y las lesbianas ya no luchan por que las parejas homosexuales se equiparen al matrimonio civil; luchan por el matrimonio civil en sí, por el derecho a contraerlo.

Aunque entiendo el afán de los homosexuales por abandonar la clandestinidad y su lucha por conseguir derechos que yo disfruto y ellos no, siempre me ha llamado la atención que sus colectivos y asociaciones asuman tan fácilmente los valores de la sociedad que los margina, que luchen por participar en las instituciones que los excluyen. En Holanda, donde los homosexuales no sufren como aquí la intransigencia del Estado, nadie ha sentido que existiera una contradicción entre las ideas xenófobas del asesinado Pim Fortuyn y su condición de homosexual. Si hay racistas heterosexuales, ¿por qué no va a haber racistas homosexuales? En España, sin embargo, la moral castiza todavía rechaza las uniones del mismo sexo. Por eso me sorprende que no rechacen ellos a su vez, como cabría esperar, el orden social creado por la moral que los condena, que quieran pese a todo registrar sus matrimonios y crear familias más o menos tradicionales. Reivindicando su inscripción en un registro civil o exigiendo el derecho a contraer matrimonio, las parejas homosexuales no se oponen a la injerencia del Estado en las relaciones sexuales de los individuos. No digo que deban hacerlo obligatoriamente; muchas de ellas estarán a favor de este control. Lo que digo es que esa intromisión es el origen de la condena que han sufrido siempre las sexualidades no dirigidas a la reproducción.

La lucha de los homosexuales por el matrimonio civil es natural y comprensible, pero supone al mismo tiempo la defensa y perpetuación de las reglas impuestas por quienes los excluyen. Exijo para las parejas homosexuales el derecho a casarse por lo civil y a formar una familia; pero al apoyar estas demandas defiendo involuntariamente, como ellos, el mismo orden social que la señora de Aznar.

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