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Crítica:ROCK | THE WATERBOYS
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La música grande

Diego A. Manrique

A principios de los ochenta, el tema The big music fue uno de los primeros indicativos de la inmensa ambición de Mike Scott para su grupo, The Waterboys, que extraía su nombre de una letra de Lou Reed y su voluntad panorámica del primer Bruce Springsteen. Había mucho de arrogancia juvenil en su propuesta pero, efectivamente, su carrera ha estado llena de 'música grande': grande en corazón, grande en arreglos, grande en apuestas, grande en batacazos y, siempre, grande en entrega. El pasado jueves, The Waterboys ofrecieron uno de los conciertos más apasionados que se han visto en Madrid en los últimos tiempos. Mil y pico eufóricos espectadores levitaron con dos horas de música grande.

The Waterboys

Mike Scott (voz, guitarras, piano); Steve Wickham (violín, mandolina); Richard Naiff (teclados, theremin); Ian McNabb (bajo); Geoff Dugmore (batería). 9 de mayo. La Riviera. 24 euros. Madrid.

¿En qué se distingue lo que ofrecen The Waterboys de lo habitual en las visitas de grupos ingleses? De principio, en la relajada seguridad de Scott y sus músicos, dotados además de finas antenas para advertir si tienen delante a un público receptivo. Luego, la flexibilidad con la que desarrollan sus piezas, que se benefician de la energía generada por esa coincidencia de almas en las citas del directo.

La audiencia de Madrid o Salamanca pudo comprobar que todo, canciones clásicas y piezas inéditas, sonaba vivo y aromático. Difícil de creer: más que el éxito universal, The whole of the moon, lo que provocó el delirio en La Riviera fueron The pain within, Too close to heaven o Don't bang the drum, donde la embriaguez de la creación musical se contagiaba.

Mejor sacarles fuera del cajón de sastre de la música celta: los Waterboys del año 2002 son una banda de rock con leves colores irlandeses (el violín de Steve Wickham). Desnudadas de arreglos, las canciones son gritos viscerales con forma de blues, narraciones con estructura folk, celebraciones paganas que inevitablemente desembocan en orgías de decibelios. Por momentos, Mike Scott parecía haber llegado al secreto de un John Lennon: minimalismo sonoro con máxima expresividad.

Lancemos más nombres sagrados a la batidora. Cuando nos decepcionen Bob Dylan o Van Morrison, tan temperamentales y frecuentemente displicentes, recordemos que nos queda ese alumno de ambos que se llama Mike Scott. Siempre hay opciones.

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