Otra vuelta de tuerca

Albert Boadella es un gran retratista, tanto más afortunado cuando más recurre al realismo. Un retratista paródico y cruel con el poder -ya sea el político, el escénico o cualquier otro- pero también con la corte más o menos espontánea o asalariada que lo sirve. Y es, sobre todo, un retratista en movimiento muy dado a subrayar lo ridículo y lo grotesco, siempre a partir de una observación muy atenta del gesto que le permite desmontar en un solo trazo lo que el personaje piensa de sí mismo para dejarlo con el culo al aire y mostrarlo en lo que realmente es, que suele ser muy poca cosa. Es un tipo de mirada, la suya y la de Els Joglars desde casi siempre, que juega con suma habilidad con la contraposición entre lo público y lo privado, lo oficial y lo doméstico, para desenmascarar tanto el ceremonial impostado como la veracidad de su vida doméstica, en una especie de juego mortal de espejos que resultan todo excepto favorecedores para los personajes que expone a la hilaridad del público.

Juego verbal

Es también, y no se yo si sobre todo, un gran observador de la vanidad humana y de su mezquindad, de manera que siempre encuentra el hueco, la imagen en este caso, que sabe más hiriente y develadora de la auténtica catadura de los personajes que detesta. La elaboración de los gags tiene mucho que ver con el cine mudo, especialmente con la apelación al ridículo en Chaplin, aunque muchas veces con el apoyo de un juego verbal que sin ser nunca ajeno a lo visual sugiere los huecos de un cierto mestizaje de idiomas en el Estado de las autonomías. Una muestra de esos procedimientos, ciertamente perversa, es en este montaje el tratamiento dado a los hijos del Excels, que aparecen en escena con baberos del cole y escamoteando maletines repletos de dinero en efectivo, con lo cual se alude a lo que ocurre en realidad retomando la estampa infantil del babero, lo que a su vez introduce una reflexión sobre las conductas infantiles vinculadas a tan alto personaje, etc.

Esta vuelta de tuerca de uno de los montajes más célebres de Els Joglars brilla en muchos momentos de una composición impecable, incluida la confusión deliberada entre el aspirante a la Generalitat de Catalunya y el psiquiatra de su ocupante actual, y destaca tanto la condensación de las escenas como la habilidad en un ritmo que propone gags sueltos o encadenados, todos muy eficaces, y en el que todo el mundo se lleva lo suyo, desde el Honorable hasta el ordenanza, como si las miasmas del ejercicio de un poder casi absoluto y de duración infinita extendiera cada vez más los círculos dantescos de su contagio. Tal vez Josemari Aznar no dé para un montaje de Albert Boadella, aunque da mucho juego en los guiñoles de Canal Plus, pero ¿qué tal Jesús Gil, para variar? Ramón Fontserè lo bordaría.