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El horror que nadie reivindica

Los atentados sangrientos -bombas en mercados o explosivos que hacen volar edificios de viviendas enteros- no son raros en la Rusia de hoy. Pero a diferencia de lo que sucede en otros países, nadie los reinvindica. Como regla, ningún movimiento ni grupo político se adjudica las explosiones, lo que da pie a toda clase de especulaciones sobre la autoría de esos sangrientos actos.

Daguestán tiene una larga historia de atentados, entre los que destacan dos que destruyeron edificios enteros. El primero ocurrió en Kaspíisk el 16 de noviembre de 1996, cuando una casa de 82 apartamentos voló por los aires. En él vivían las familias de oficiales guardafronteras del Cáucaso. Hasta hoy no se sabe con certeza quién organizó la explosión en la que perecieron 68 personas: simpatizantes de los independentistas chechenos o la mafia del caviar en venganza por las operaciones que los guardafronteras habían lanzado contra ella.

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Tres años más tarde, en Buináksk, en septiembre de 1999, explotaba un edificio de cinco plantas en el que vivían familias de oficiales de la 136 Brigada del Ministerio de Defensa. Hubo 64 muertos y 146 heridos. Ésa fue la primera explosión de una serie de atentados contra viviendas: dos en Moscú y uno en Volgodonsk. En total perecieron más de 300 personas.

Tampoco nadie reconoció la autoría de las bárbaras explosiones, pero las autoridades rusas culparon de inmediato a los independentistas chechenos. El Servicio Federal de Seguridad, que detuvo a cientos de radicales islámicos, asegura haber probado que Jattab, el comandante guerrillero muerto el mes pasado, las organizó. Pero algunos políticos, como el magnate Borís Berezovski, acusan a los mismos servicios secretos de estar detrás de las explosiones.

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