Le Pen, inviable
Si en algo mienten cándidamente las encuestas de tipo sociológico es en dos apartados: el sentimiento religioso y el grado de felicidad personal. En efecto, la gran mayoría de los consultados proclaman su fe en Dios, cuando la experiencia cotidiana nos dice que Dios es el gran ausente; ni está en la vida activa ni en la pasiva de la mayor parte de los occidentales. No lo encontraremos en Tómbola ni en Crónicas marcianas, ni en Noche de fiesta, ni en los filmes violentos, ni en la publicidad, ni en la política, ni en las finanzas. Apenas hallaremos rincón social en que el Creador sea tenido en cuenta.
En cuanto a la felicidad personal. El individuo está tan manipulado que se declarará satisfecho hasta en el anonimato de una encuesta, pues la infelicidad y el pesimismo han sido aplastados por el gran montaje publicitario. Está usted en posesión de todos los chismes que le ofrece el gran bazar, tiene vacaciones, tiene fútbol, televisión, espectáculos y tantas cosas. ¿No estalla usted de júbilo, no siente el gozo de estar vivo cuando despierta usted por las mañanas? Usted es una subversiva anomalía y para que no le miren como antaño a los tuberculosos, se declara satisfecho; pero luego, un día, acaso vota a un Le Pen. Porque usted, sin detenerse a pensar dos horas de un tirón, como hace siglos ya sugirió que lo hiciera un señor de nombre Blas Pascal, sabe que está poblado de miedos. Hoy como ayer, miedo a la vejez y a la muerte, miedo a sus derechos naturales, o sea, a la libertad, miedo al asesino y al ratero, miedo a los rostros oscuros, miedo a que le den el cese o el traslado, miedo a que le pongan los cuernos, miedo a que el Estado deje de protegerle, miedo a no cobrar su pensión, miedo al desamor familiar, miedo a que la vida se le convierta en un sobresalto continuo, a que sus ahorros se disipen en la Bolsa, miedo a tener que ponerse profesionalmente al día o a que le hagan cambiar de profesión cada dos por tres, miedo al botellón que le priva del sueño, miedo a que su hijo comparta pupitre con un niño subsahariano, miedo a las instituciones políticas, a una democracia en la que ha perdido toda la confianza. Miedo en fin a ser de todas partes y a no ser de ninguna, extranjero en una patria que no se parece a la de ayer y mañana no se parecerá a la de hoy, en virtud de tantas caras nuevas, de velos y de mezquitas, de tanta Babel, y de tanta tecnología indescifrable. Y su hija se ha ido a vivir con un hippy.
Y de pronto la voz de Le Pen. Tiene un verbo fluido, es un gran orador y es portador de ideas que en usted calan hondo no porque le descubran un mundo nuevo, usted está harto de las ideas de los cabezas de huevo, por la sencilla razón de que no las entiende. Y tanto es así, que ha dejado de escucharlas. Usted quiere comprender, o sea, que le digan lo que usted mismo suele decir cuando habla. 'Eso, matarlo'. 'Eso lo arreglaba yo en dos días'. La receta es la misma, con ligeros cambios en el método. El más suave de ellos es el encierro de por vida, pero está también la horca, el fusilamiento, el colgar de los c... El populismo antidemocrático tiene demanda suficiente para que le brote un Le Pen, luego le brota. Y Europa entera tiembla porque hay más de un Le Pen en Europa y encima ahora resurge el más fuerte, por ser quien más votos arrastra y por ser francés, quién lo iba a decir.
Le Pen es, en realidad, una figura tragicómica. Los mismos que dicen 'eso lo arreglaba yo enseguida' (por ejemplo, el problema de la inmigración) no sólo no aceptarían el encargo de arreglarlo, sino que muchos de ellos, ni siquiera desean de verdad soluciones drásticas, soluciones más o menos finales. La democracia está vieja y enferma, a la democracia se le ha perdido el respeto, pero se la sigue queriendo y no sólo por temor a una alternativa dictatorial o totalitaria, sino por sí misma. Y es que este sistema político es el único capaz de crearle al hombre medio la ilusión de ser alguien y de tener derechos. Pero en Europa, los derechos no se limitan al vive como quieras y a la protección frente a la delincuencia, sino también frente a la enfermedad, la vejez y la misma muerte. Como dice Alain Duhamel, el denominador común de todos los miedos, 'es una mayor protección por parte del Estado'. Precisamente cuando la globalización quiere darnos más oportunidades a cambio de dejarnos más desnudos. Innecesariamente, pues la disminución de la jornada laboral a 35 horas ha reducido el paro en Francia sin detrimento de la cobertura social y de un crecimiento económico sostenido. La democracia, además, sufre de un exceso de civilización en cuya historia clínica no puedo detenerme por falta de espacio. Pero el ciudadano se entera de que el delincuente entra por una puerta de la comisaría y sale por la otra; y eso docenas de veces por docenas de delitos. No le pida usted al ciudadano que comprenda las razones del transgresor, que por otra parte no siempre existen. Nuestro hombre medio está demasiado repleto de ira, de temor y de odio; y aún diría yo que no es escasa fortuna que no haya un Marco Aurelio en cada uno de nosotros.
Con todo, Le Pen habrá sido un revulsivo de eficacia incierta. La eficacia sería mayor y menos incierta con un individuo así en el poder, cosa que de todos modos no es deseable, pues pasarían años antes de que cicatrizaran las heridas del seísmo político europeo, de no ser mortales de necesidad. En el caso más benigno, Le Pen quedaría en un Berlusconi que no terminaría la legislatura. Por supuesto, su programa no podría cumplirlo ni soñando. Abolición del euro, Francia fuera de la UE y replegada sobre sí misma, liberalismo exterior y proteccionismo interior, cuasi autarquía, expulsión de millones de inmigrantes, reintroducción de la pena de muerte... Toda una mescolanza demencial de siglos: nacionalismo exacerbado de nuestros días, gotas de mercantilismo y fisiocracia, unidad nacional estilo Reyes Católicos, racismo siglos XIX-XX, paternalismo dieciochesco. Las multinacionales, entre ellas las norteamericanas, atadas de manos. (Queremos que las tengan sueltas, pero subordinadas al poder político). Más Bonald que Maurras y a la inversa.
Curioso: existe una hipótesis de futuro con puntos de contacto con los Le Pen europeos. ¡Un paneuropeismo inspirado en el fascismo español! The Year 2000, del americano Herman Kahn (1967). ¿La realidad supera la ficción? Ese 18% del voto lepenista ¿peca por punto de menos o por punto de más?
Manuel Lloris es doctor en Filosofía y Letras.
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