Al fin, Eudel
Se dice que hay cosas que sólo se adquieren con la experiencia y la madurez. Uno nunca lo creyó (¡qué van a contarme a mí estos fósiles sobre el largo del pelo!, pensaba uno)... hasta que tuvo cierta experiencia y madurez. Habrá quien diga: claro, cuando se cambia de estatus, las ideas cambian. No. La experiencia me dice lo contrario. Ah, de nuevo 'la experiencia'. ¿La pescadilla que se muerde la cola? En absoluto. Sólo subido al Aitzgorri (y no se enfaden, por Dios, los del Txindoki o La Arboleda -los pobres no tienen otra cosa-) puede tenerse una perspectiva global del paisito: desde la llanada y los valles romanizados, hasta el mar, Mare Nostrum del Cantábrico -según vienen a mostrar las excavaciones recientes en nuestras costas-. Desde los viñedos de Getaria a los de Haro, del txakoli al vino. Hay que alcanzar cierta altura en la vida (o en el paisaje) para tener perspectiva, para apreciar la realidad de las cosas.
Pasa otro tanto con la civilización y la cultura, que sólo se adquieren con los años. Y todo paso atrás, es una vuelta a la barbarie. (Lo de el buen salvaje de Rousseau, era una metáfora, y no quizá la más afortunada ¿Creen de verdad en la pureza de sentimientos de aquellos hombres acostumbrados a la guerra y la supervivencia extrema, que tenían aquellos terribles ritos de iniciación que dejaron suspendido a Richard Harris por la piel de sus pechos hasta perder el conocimiento en Un hombre llamado caballo -1970-? Yo no).
Hay un viejo y, por ello, excelente libro de Norbert Elias sobre todo esto: El proceso de la civilización (1977 en su edición alemana, pero puede encontrarlo usted en FCE en ediciones de los noventa). Cuenta el modo en el que los nobles dejaron de ser bárbaros despiadados en sus jurisdicciones privativas (siempre boscosas, con ciervos que cazar y aldeanos que avasallar, para convertirse en cortesanos malvados, pero refinados -con lo que era más difícil matar: había que hacerlo según normas y según un cierto 'buen gusto'-), el modo en que se pasó de la tosquedad 'natural' en las maneras al refinamiento, el modo en que aprendimos a usar cuchillo y tenedor, y a no comernos el jabalí como los leones comen una gacela (por orden jerárquico), todo eso está relatado y bien documentado. La civilización es una conquista humana.
Otro tanto puede decirse de la cultura. De la polifonía gregoriana a la sinfonía de los barrocos y los románticos, hay un claro progreso (no sé si valdría para la música dodecafónica, un paso hacia la barbarie, pero los Satie, Bartock, el jazz, el rock y cierto metal, nos van salvando de momento).
Quiere decirse que nuestro sistema político (el radicalismo democrático, la tolerancia y el principio redistributivo de la socialdemocracia) es un logro civilizatorio y cultural contra la barbarie. Sólo lo hemos aprendido a base de experiencia y madurez. Las rencillas y el conflicto, las peleas banderizas y el odio entre clanes (Romeo y Julieta, Shakespeare) eran connaturales de la aldea, la ciudad y la pequeña ciudad. Las pasiones eran aún mayores a esa escala (se conocía al enemigo, que no era un arquetipo lejano como los alemanes para los franceses). Pero conseguimos superarlo a base de cultura y civilización.
Hemos, eso sí, recaído en la barbarie, especialmente en el siglo XX. Y siempre, lo más odioso se producía a escala local: venganzas, delaciones. No hay sino recordar nuestra última guerra civil o las guerras europeas. Sé de cierta localidad en la que mujeres decían a otras mujeres: 'Cuando entremos en Madrid, jugaremos a los bolos con las cabezas de vuestros maridos' (en la cárcel entonces). Esperaban entrar esa misma noche. Eso es terrible.
También en este tránsito entre el XX y el XXI revive esa amenaza contra la vida local en el paisito. La amenaza es ETA. Y, los demás, haciendo de tripas corazón si es necesario, han, ¡se han! de poner de acuerdo para salvar un principio de civilización y cultura.
Eudel es el marco. En efecto: 'Los alcaldes y los concejales, además de representantes legítimos de la voluntad popular en sus respectivos municipios, encarnan los valores más nobles de una ciudadanía' (Declaración cívica en defensa de la democracia y la libertad y de respeto a la pluralidad de la sociedad vasca, 3 de mayo de 2002). Su defensa es la nuestra.
Uno, como otros ya aquí, cree que el acuerdo debe tener ese rango estratégico, ese carácter constitutivo, una factura de estadista que no debe ser rota por pugnas partidistas (quizá legítimas, pero ¡no en esto!) Uno saluda con esperanza (y vigila) el acuerdo de Eudel (al fin aflora la cultura municipalista, liberal y progresista en este país).
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