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Moralejas sobre el 'caso Enron'

'No has escrito sobre Enron', me criticó un amigo. Es verdad. Al principio, me daba pereza. Más tarde, cuando ya todo el mundo había dicho todo lo que tenía que decir, me pareció que no había más cosas que decir sobre el caso Enron. Pero aún tengo la impresión de que queda algo por decir.

¿Qué pasó en Enron? No lo sé. Desde fuera, no es posible saber qué pasó allí dentro. Pero tenemos ya bastante información como para intentar un juicio. Con prudencia, claro, porque a la hora de juzgar actuaciones ajenas desde el punto de vista ético, conviene no caer en la ligereza, que sería una forma de criticar con falta de ética la presunta falta de ética de otras personas.

¿Eran inmorales los negocios de Enron? Me parece que no. Eran complicados, desde luego, pero la idea de convertir un distribuidor de gas natural en creador y operador en mercados de energía (y de otros bienes y servicios), con especial énfasis en operaciones de derivados, no es en sí misma inmoral.

¿Eran inmorales los negocios de Enron? Creo que no. Desde luego, eran complicados

Enron supo montar durante bastante tiempo la imagen de una empresa dinámica, innovadora, rentable, exitosa. No tengo nada que objetar si eso corresponde a la realidad. Y es probable que Enron fuese el tipo de empresa que su imagen reflejaba, al menos al principio. Luego las cosas se torcieron. Y claro, cuando la imagen no se corresponde con la realidad, la empresa se edifica sobre la mentira, o al menos sobre las medias verdades. Y de ahí no puede salir nada bueno.

¿Qué pasó en Enron? Mi impresión es que elaboraron una estrategia innovadora, apoyada en un mercado que ofrecía condiciones muy favorables: bajo precio de la energía y Bolsa al alza. En esas circunstancias, el éxito se mide por la cotización en Bolsa y ésta queda garantizada si los beneficios siguen creciendo y la empresa no presenta fisuras -sobre todo, si su nivel de deuda sigue siendo bajo-. Pero esa estrategia dejó de ser válida cuando el precio del petróleo subió de manera sostenida y rápida (1999) y cuando la burbuja bursátil se derrumbó (2000).

Algunos expertos dicen que Enron era un montaje desde el primer día, es decir, que su imagen no fue nunca real, sus beneficios eran ficticios y su bajo endeudamiento una mentira. Puede que sí. Yo prefiero darles el beneficio de la duda y suponer que, al menos al principio, su estrategia era correcta, habida cuenta de las circunstancias. Pero que dejó de serlo el día en que empezaron a cambiar esas circunstancias.

Y aquí empezaron los problemas. Porque si la estrategia se basa en beneficios crecientes y deuda moderada, y ni una cosa ni otra eran ya posibles, lo que había que hacer era cambiar la estrategia -y probablemente, los directivos que la habían elaborado y puesto en práctica-. Pero no lo hicieron. Quizá porque no quisieron: si esto ha salido bien hasta ahora, ¿por qué lo hemos de cambiar? O porque no pudieron: Wall Street nos está pidiendo más beneficios cada trimestre y no podemos defraudarles, porque el día en que lo hagamos el batacazo financiero será de película.

O también cabe que no supieran cambiar la estrategia. ¿Porque eran técnicamente incompetentes? Sí, pero sobre todo porque eran éticamente incorrectos.

Quiero decir: al diseñar su estrategia, olvidaron los aspectos éticos. Prueba de ello es que se saltaron principios tan patentes como el de prudencia (cuando hacían un negocio, lo valoraban por el mayor beneficio posible, no por el beneficio probable), el de honradez (algunos directivos empezaron a usar información privilegiada para vender sus acciones de la empresa, al tiempo que animaban a los inversores y a los empleados a comprarlas) o el de veracidad (la contabilidad creativa era muy bien considerada en Enron).

Y cuando un directivo se salta un principio ético, está olvidando un aspecto de la realidad que resulta ser central para actuar como un buen profesional (a no ser que se identifique el buen profesional con el que sabe dar buenos pelotazos). El imprudente debe saber que las huidas hacia adelante se pagan caras, no sólo con censuras morales, sino con fracasos financieros estrepitosos -y los últimos meses de Enron fueron una formidable huida hacia adelante-. El deshonesto debe entender que está creando en la propia organización las condiciones para que los demás sean también deshonestos, y es muy difícil dirigir con éxito una empresa cuando tus colaboradores son cada vez más venales. Y el mentiroso debe saber que, tarde o temprano, todo se sabe y que no puede pretender que a su alrededor todos colaboren en las mentiras que él crea, sin volverse, a su vez, mentirosos y corruptos.

De ahí mi conclusión: un directivo no ético es, probablemente, un mal directivo. Puede, desde luego, ganar mucho dinero durante bastante tiempo. Pero una cosa es dirigir bien y otra muy distinta ponerse las botas. Para esto último, el robo de bancos, el narcotráfico y la estafa organizada siguen siendo lo mejor.

Antonio Argandoña es profesor de Economía del IESE.

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