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Columna
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Seguridad

Aunque mañana Francia entera siga al pie de la letra la llamada de la patria ('votar al ladrón para evitar que gane el fascista', como profundizaba una pancarta hace unos días en París), la alarmante perspectiva abierta en las primarias sigue en vigor. En el fondo de las urnas francesas había un par de recados para el vecindario ibérico: uno para la izquierda, que debe revisar a fondo sus postulados y adecuarlos a la realidad, y uno para la derecha, que ya reúne las condiciones para segregar a su Le Pen. Y acaso otro, aún, para compartirlo entre ambas: el centro se ha desvanecido o se ha demostrado que nunca existió. El olor de pastelería suiza de Europa penetra en el cerebro de todos desheredados (que son muchos) de los países de su entorno, y la presión de la inmigración del Este, de África, Asia y Suramérica, salteada con las estafas de las mafias y con la droga y toda su biodiversidad delictiva, han hecho de la inseguridad la máxima de las preocupaciones de una sociedad con más viejos que jóvenes, para la que la inmigración se plantea como la más aprensiva de las inquietudes. El crecimiento espectacular de las empresas privadas de seguridad no debiera ser un dato gratuito. La falta de respuestas acertadas desde la Administración, tanto para prevenir sus efectos como para abordarlos, agitan en gran parte el proceloso mar en el que ha naufragado Jospin, y con él la socialdemocracia (quizá Schröder y Blair sean otro asunto, aunque todo lo varietal que se quiera). Sobre la atomización de la izquierda ni siquiera arraiga el cimiento de una clase obrera (que hace tiempo promulgó su defunción con la hipoteca de la segunda residencia) capaz de sujetar a los comunistas. Y sobre la cresta de esta convulsión hacen surf el francés Le Pen, los italianos Berlusconi y Bossi, el danés Rasmussen o el autríaco Haider. Sin duda, en el cambio de talante de la Francia acogedora de expatriados ha incidido la actitud de gran parte de la inmigración musulmana, que desde Jomeini y la regresión esencialista del islam viene atrincherándose en su singularidad y en sus pañuelos, y por tanto en su distinción respecto al resto, lo que quiebra el principio republicano de la igualdad. Puede que se trate de algo más que el resurgimiento del fascismo.

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