El día que Dorothy Parker mimoseaba a su yorkshire o el discreto triunfo de la esdrújula
Sabía muy bien lo que quería decir:
los labios con sabor a lágrimas
son con mucho los mejores
en tantas, tan repetidas ocasiones.
La dama sabía tantas cosas
que incluso olvidaba, a menudo,
el pastel de manzana del Algonquin,
y no le hubiera importado que la mesa
fuera cuadrada.
En la foto, las caricias la distraen
de frases epigramáticas,
de algunos cretinos que la rodeaban,
de las líneas de pago
que, como siempre, la esperaban.
El yorkshire, sin embargo, sólo mira la cámara,
y ella, como tú, como yo,
no deja de acariciarlo,
no deja de mimosearlo,
no deja de desdeñar otras necedades.
De todos modos, el yorkshire
no le ahorra la sal,
ni la memoria de la salobridad,
ni la añoranza, tal vez, de algunas lágrimas.
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