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Los artistas españoles triunfan en el Festival de Ciudad de México

Actuaciones de Miguel Ríos, Jarabe de Palo, Ojos de Brujo y Amparanoia

Diego A. Manrique

El XVIII Festival del Centro Histórico de la Ciudad de México, desarrollado entre el 8 y el 28 de abril, ha contado con abundante presencia española. El más importante de los festivales hispanoamericanos programó este año a Plácido Domingo, al frente del espectáculo Viva la zarzuela, y al Ballet de la Comunidad de Madrid de Víctor Ullate. Pero fueron las figuras hispanas del pop y el rock las que llenaron el espacio más emblemático del Distrito Federal, la inmensa plaza de la Constitución, universalmente conocida como El Zócalo.

Miguel Ríos se quitó la espina de su frustrada participación en los actos de bienvenida a la caravana de los zapatistas, la llamada Zapatour. El martes 23, el inagotable cantante granadino presentó sus grandes éxitos y las canciones de su último disco (dúos con figuras del rock latino que en directo están presentes en hologramas) ante un público entusiasmado que rondaba las 100.000 personas. Tres tandas de bises coronaron un concierto con un Ríos atlético y una banda superpotente. Nuevamente, el misterio del sentido de las canciones: Sábado a la noche, Santa Lucía o Himno a la alegría tienen otras connotaciones a este lado del Atlántico y son recibidas apoteósicamente.

Dos días después, era el turno de Jarabe de Palo. Con el respaldo de un repertorio muy difundido, la cordialidad de Pau Donés fue respondida por una invasión femenina del escenario en un ambiente de delirio.

Algunas de las actividades programadas no estaban bien vistas por ciertas autoridades municipales, aunque se desarrollaron sin incidentes gracias a la pericia y la buena voluntad de servicios de seguridad y voluntarios habituados a lidiar con multitudes, reemplazando a los poco queridos cuerpos policiales.

La cultura de la dance music salió a la superficie con la primera edición mexicana del Love Parade berlinés, con su desfile y una sesión maratoniana que llenó El Zócalo de ritmos electrónicos durante la noche del sábado 13.

El siguiente fin de semana fue el turno de Radical Mestizo, dos audaces conciertos inspirados por los discos recopilatorios españoles del mismo título. José Luis Paredes, Pacho, periodista y batería del grupo Maldita Vecindad, se trajo a bandas españolas (Amparanoia, Dusminguet, Ojos de Brujo) y francesas (Sargento García, Java) para tocar en El Zócalo y demostrar la vitalidad de una música internacionalista y comprometida con la realidad. Solidarios y dispuestos a compartir, los grupos españoles permanecieron varios días en la república, ofreciendo conciertos en locales de todo pelaje: así fue como ocurrió la tragedia de Carlos Rivolta, bajista de Dusminguet, que murió en la madrugada del lunes, electrocutado al final de una actuación en la ciudad de Guadalajara.

Malentendidos estéticos

En El Zócalo hubo malentendidos estéticos -los sonidos tropicales de Sargento García chocaron con un público que quería vibrar con el rock pachuco de Maldita Vecindad- y conflictos por cuestiones simbólicas: Amparanoia debió retirar un telón con imagenes zapatistas (aunque, desde el escenario, las palabras de apoyo al movimiento de Chiapas fueron constantes).

La capacidad comunicativa de grupos como los aflamencados Ojos de Brujo superó todas las barreras: aunque no haya entrado en los grandes circuitos mediáticos, esa música radical y mestiza sabe conquistar cualquier espacio. Del entendimiento entre culturas dieron igualmente testimonio los homenajes de los boleristas mexicanos a Olga Guillot o los conciertos que hermanaron a la banda maliense de Kasse Mady Diabate con la histórica Orquesta Aragón cubana.

El cantante Pau Donés, del grupo Jarabe de Palo, durante un concierto en Las Ventas.
El cantante Pau Donés, del grupo Jarabe de Palo, durante un concierto en Las Ventas.CRISTÓBAL MANUEL

Conciertos populares gratuitos

Los del Zócalo son conciertos gratuitos y distinguen al festival mexicano de eventos como el Festival de Otoño madrileño: el de México posee una vocación popular que se manifiesta en la pacífica invasión del Centro Histórico de la ciudad, por las noches ciertamente desolado, por unas masas que agradecen la oportunidad de disfrutar de las estrellas del rock -como los muy queridos Jaguares- sin pagar las cantidades astronómicas habituales en México.

El Festival del Centro Histórico es tan desbordante como la propia ciudad: bajo su paraguas, hay teatro, danza, cine, artes plásticas, gastronomía, actividades infantiles y una sección de música contemporánea con el título de Radar. Aunque organizado por el Gobierno del Distrito Federal, el festival cuenta con patrocinadores privados y está sujeto a los vaivenes de la intrincada política de la megápolis, ahora regida por un PRD, que sufre un visible desgaste por decisiones y actitudes extrañamente derechistas.

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