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Crítica:CRÍTICA | DANZA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Cesc Gelabert y la poética del 'solo'

El Teatro Rialto parece ser, con su apastelada aunque sobria decoración tardíamente art-decó, el lugar ideal y proporcional para el nuevo solo del barcelonés Cesc Gelabert, presentado anteanoche, donde esta vez no desdeña su pasado de arquitecto y ahonda en la parte geometrista de su estilo. Si bien, para ser exactos, también hay momentos de un controlado lirismo, un desboque expresivo calificable de 'diálogo sin palabras'. El espacio escénico de Frederic Amat, quizás demasiado poblado de objetos para la danza, es de clara voluntad escultórica y acota en exceso la zona de desplazamiento planimétrico: un asiento-escultura que versiona a Arp, Moore y Noguchi (Gelabert lo usa tal como Martha Graham usaba los leños pulidos del japonés); cinco gotas de sangre gigantes suspendidas desde tubos retorcidos (son la huella, la experiencia); 12 lámparas-obleas en el suelo (la degradación), también rojas y un peculiar sombrero inspirado, tal vez, en tocados tibetanos o en una cúpula maronita. El resto lo pone la gran entrega del bailarín.

La banda sonora para piano es una selección sentimental y personal del coreógrafo; eso se siente cuando empieza a sonar Carles Santos, Mompou o Bach. También hay fragmentos de Chopin y Debussy, todos usados con estricto cronológico, pues para Gelabert ese orden de perpendicularidades, perspectivas fugadas con esmero y súbitos cambios de foco, son parte de un estilo personal muy trabajado.

Para Cesc, el solo escénico es un arte insustituible, la base de su 'ars poietica' (sic. Lezama Lima) y su mejor vehículo de expresión, y donde, sin dudas, ha conseguido siempre sus mejores momentos, desde su Nijinski hasta hoy. En este sentido, la colaboración con Amat también ha sido fructífera una vez más. Preludis habla de los sentidos y hace hincapié en la oralidad y en un oscuro erotismo apenas apuntado, en la intimidad del piano y a través de una gran exigencia musical de las evoluciones corporales. No puede dejar de apuntarse la exquisitez escultórica en las figuras, su ritmo a veces frenado en un tangente equilibrio, la respiración de madurez y de vocabulario.

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