Fierecilla indomable
La clausura del festival Madrid en Danza fue el pasado sábado un verdadero maratón en el teatro de La Abadía, que empezó con un programa mixto de dos dúos masculinos. El primero fue toda una sorpresa, digamos que ya anunciada: un extracto en primicia del espectáculo que preparan los españoles Rafael Pardillo y Emilio Urbina, incluyendo una tangencial presencia femenina: Blanca Izquierdo. Lullaby es un reto a entrar en lo onírico, en la zona íntima de los artistas; sus obsesiones, sus miedos y hasta sus fantasías. El resultado es un mural de fuertes imágenes donde hay esculturas apolíneas sin rostro, una triste muñeca animada por la danza y las excelencias de la buena base teatral de que disponen sus intérpretes.
El otro dúo, de los finlandeses Jyrki Karttunen y Teemu Kyytinen, intenta ironizar y acercarse al calor local (usan como banda sonora el eco de piezas de flamenco, palmas, guitarra), pero no pasa de ser un ejercicio de dudosa integración del movimiento.
Lo mejor vino después. Los brasileños Marcia Haydée e Ismael Ivo, ambos con más de 60 años, mostraron una vibrante versión de Tristán e Isolda. El aria Mild und leise (primero en reducción para piano, luego en cuerdas y finalmente con voz) es llevada lejos y devuelta en impactantes escenas, sin pudor, sin miedo. Ella sigue siendo una fierecilla indomable, pero no ya la de Cranko, sino la moral, la de la eterna ballerina, en su sincera entrega. La pieza es la honesta confluencia de dos trayectorias nobles, largas y célebres, hablando del deseo de la vida. Dos seres maduros unidos para siempre, pero en busca todavía de encontrar razones de mérito a sus lazos: héroes del amor a cualquier edad. Sobre un ara azul y en un espacio brutalmente desnudo, las caricias se vuelven gritos y los abrazos cuchillos. Tristán no puede hacer nada sin Isolda, y ella lo sabe, lo sufre, lo alienta. Una noche memorable.
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