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Reportaje:

'Ningún familiar nos esperaba en la frontera con Marruecos'

Relato de un menor inmigrante repatriado la semana pasada dos veces desde Ceuta

M. K. nació en Casablanca, tiene 15 años, hace cuatro que entró ilegalmente en Ceuta y dos que vive en el centro La Esperanza, denunciado por Amnistía Internacional por las condiciones en que funcionaba hasta septiembre pasado. Según sus cuidadores, se halla perfectamente integrado. La semana pasada dos agentes españoles lo recogieron, junto a seis compañeros, y lo entregaron a la policía marroquí en la frontera de El Tarajal. 'Allí no había nadie de mi familia', afirma.

La legislación de extranjería indica que el Estado debe localizar a los parientes de los menores inmigrantes para intentar su reagrupación familiar. También ordena que si en nueve meses no ha alcanzado ese objetivo, debe documentarlos y permitirles residir en España. Sin embargo, varias organizaciones humanitarias han acusado al Ejecutivo de devolver a decenas de chicos a Marruecos sin haber encontrado antes a sus familias. La Delegación del Gobierno en la ciudad niega tajantemente las imputaciones.

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La historia de M. K. es similar a la de otros menores transfronterizos: 'En el colegio de Casablanca muchos niños hablaban de Ceuta. Mi padre, que era empleado municipal, se divorció de mi madre y se casó con otra mujer. No me llevaba bien con ella. A los 11 años me fui de casa. Tomé el autobús desde Casablanca hasta Castillejos y crucé la frontera por la playa. No conocía a nadie aquí. Durante dos años viví en la calle. Hablaba con otros niños, pero iba solo. Dormía en las cuevas, en las escolleras del puerto, en todos los sitios. Pedía comida en las casas y cuidaba coches a cambio de propinas. Pasaba frío y tenía miedo a que la policía me devolviera a Marruecos. Cuando se abrió el centro de menores vine a vivir aquí'.

El último episodio de esta historia, del que EL PAÍS fue testigo intermitente, comenzó el pasado miércoles, cuando se presentó la policía en La Esperanza. Los agentes mostraron un documento en el que las autoridades marroquíes exigían la devolución de siete menores: el mayor tiene 17 años y el más pequeño, 11. Todos estaban escolarizados. El de 11 años estudiaba tercero de primaria, otro de 15 cursaba quinto y los demás aprendían oficios en formación profesional. Entre ellos estaba M. K. La despedida en el patio fue dramática.

Hematomas en la espalda

M. K., un muchacho menudo y moreno, tiene que interrumpir en varias ocasiones su relato para contener las lágrimas. 'La Policía Nacional nos entregó a la marroquí en la comisaría de la frontera', cuenta. 'Nos registraron. Cuando me llegó el turno, un policía me dijo que me bajara los pantalones. Le contesté que no llevaba nada. Dijo: 'A mí no se me habla así', se quitó el cinturón y me pegó'. El chico se levanta la camisa y muestra la espalda cubierta de hematomas. 'A los pequeños también les pegaron. No hacían nada, pero les pegaban. El de 11 años le dijo a un policía: 'No he comido en todo el día, dame algo de comer'. Le contestó: 'Dame 10 dirham y te compro leche y pan'. Nadie preguntó por nosotros: ningún familiar, ningún conocido. Nadie'.

'Al día siguiente nos llevaron al juzgado de Tetuán . El fiscal de menores nos preguntó si nos pegaban en el centro, si nos leían vuestra Biblia... Respondimos que no. Yo le dije: 'Me contaron que vosotros habéis pedido a los niños marroquíes del centro'. 'Eso es una mentira de la policía española', me contestó. 'Ellos no te quieren y por eso te han traído aquí. Quédate en Marruecos y estudia'. 'No', le dije, 'mi hermano es licenciado, no le habéis dado trabajo y ahora está en Alemania'. M. K. cuenta que los agentes dejaron libres a los tres mayores. Asegura que no sabe dónde están los pequeños. Ese mismo día, jueves, él se coló en Ceuta y volvió al centro La Esperanza.

El viernes, charlaba en el patio con EL PAÍS cuando se presentó la policía para volver a llevárselo a Marruecos. 'Tampoco había nadie esperándome. Los marroquíes volvieron a pegarme. Antes de soltarme, me dijeron: 'Como te traigan otra vez, te metemos en la cárcel'. He vuelto a atravesar la frontera escondido entre la gente. Los otros dos mayores que se llevaron conmigo la primera vez están intentando cruzarla'. Lo cuenta M. K. a las 12 del sábado; acaba de llegar al centro, está exhausto y no ha probado bocado desde hace 24 horas.

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