Sobre la vergüenza y algunas cosas más

Soy francés, vivo en España y sigo sin poder creerme lo que pasó el domingo pasado en mi país. Desde el primer momento, después del sentimiento de rabia y vergüenza, intentamos explicarlo, justificarlo, desdramatizarlo. Pero sólo cuentan los resultados y hay un manchón que se difunde a lo largo de toda Europa... El hecho de que mi país se vea afectado ahora, la vergüenza que siento al decir que soy francés, quizás sea la razón de esta carta... Un poco como una catarsis para disculparme por todas esas portadas en los periódicos españoles...

Si mando estas líneas a un periódico cuya línea editorial va en contra de cualquier tipo de posición antidemocrática, simplemente es por llamar la atención sobre el hecho de que nunca hay que bajar la guardia. Por no haber tenido cuidado con los extremistas, por olvidarse de ellos en los sondeos, por descuidar la memoria colectiva, por disgregarse a la hora de proponer soluciones a las masas, por fomentar la incultura y la ignorancia a través de los medios y por despreocuparse de la política, sobre todo entre las franjas más jóvenes de la población, hoy, en mi país, la gente se despierta con un muy mal sabor de boca: el de la vergüenza y del remordimiento.

Sin embargo, después de arrepentirse, viene la hora de responsabilizarse y garantizar que este voto de los descontentos hará que las cosas se muevan. El 5 de mayo, Jacques Chirac será elegido presidente de la República, porque las calles se llenan de gente que, por muy poco atrayente que sea esta alternativa, sabe que hay que movilizarse frente al Front National. Pero a esto no se le llama elecciones, sino señal de alarma...

Desde entonces se han difundido muchas explicaciones al resultado del 21 de abril como para justificar lo inaceptable: voto de los descontentos, atomización de la izquierda 'plural', crítica del balance del Gobierno socialista, rechazo hacia la derecha engañadora, fallos del sistema electoral,

abstención récord o señal del desfase entre el discurso político y las preocupaciones cotidianas del pueblo francés. Sin dejar de ser verdad, estas justificaciones sólo persiguen un objetivo: intentar que la vergüenza resulte menos insistente.

Aparte de mi voluntad de llamar la atención sobre estos viejos demonios que están a la vuelta de la esquina, esperando cualquiera de nuestros tropiezos para volver a hacer ruido, tomad esta carta como una disculpa, no es otra cosa. Hoy sigo diciendo que soy francés... Pero en voz baja.-