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Columna
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'Ballotage'

Enrique Gil Calvo

El fracaso de las presidenciales francesas nos permite a los europeos escarmentar en cabeza ajena, extrayendo amargas lecciones de los errores de los demás. Tres argumentos se han dado para explicar esta pifia.

1. Ha sido culpa de la irresponsabilidad de los electores con menor nivel de estudios, mal aconsejados por su miedo a un futuro superpoblado de inmigrantes. 2. Es una crisis de la democracia representativa, ahora reconvertida en democracia de audiencia (Manin), que hace de los comicios un mero espectáculo audiovisual, como esos concursos tipo Operación Triunfo, donde vencen los candidatos más eficazmente populistas. 3. El problema arranca de la ingeniería constituyente, dado el fracaso del sistema electoral.

Parece más convincente la tercera razón, como consecuencia imprevista del sistema de elección a dos vueltas. Esto permite desdoblar el voto, votando primero de modo expresivo (voto ideológico, voto de castigo, voto lúdico, voto de protesta antisistema), cuando parece que la cosa todavía no va de veras, como si se tratase de una experiencia prematrimonial entre cohabitantes. Para luego, dos semanas después, votar en serio de forma instrumental (voto útil, voto interesado, voto responsable), cuando llega con la segunda vuelta la hora de la verdad y hay que pasar por la alcaldía para firmar el contrato conyugal. Es verdad que las encuestas anunciaban que Jospin podía descolgarse, pese a su honrado cumplimiento programático. Pero, como en el cuento del pastorcillo y el lobo, nadie creyó a los pastores mediáticos y el lobo Le Pen se comió al cordero Jospin.

Esto supone desnaturalizar el artificio electoral conocido como ballotage, que originalmente implicaba la nulidad de una elección cuando ningún candidato lograba mayoría absoluta. Pero ahora se ha convertido en una primera seudoelección ficticia, una especie de megaencuesta o ensayo general con todo, donde el presidencialismo mayoritario que en teoría debiera presidir la elección es sustituido por una especie de espurio parlamentarismo proporcional que convierte la función en una jaula de grillos o en una tragicomedia.

Lo cual ya es malo de por sí, pero aún hay algo peor, si semejante mecanismo expulsa de la segunda vuelta a los candidatos más lógicos para sustituirlos por otros absurdos o imposibles, como ha sucedido ahora. El próximo domingo los franceses tendrán que elegir entre un corrupto impune y un fascista impenitente, lo que obligará a la mayoría absoluta del electorado a votar en contra de sus convicciones, quedando Chirac reelegido sólo por defecto, y no en virtud del juicio retrospectivo que su pasada ejecutoria merezca, como si se tratase de una votación de censura constructiva donde el candidato alternativo resulta políticamente inviable.

De ahí que ya se plantee refundar la V República. Pero no para excluir a las candidaturas antisistema, como sostienen los inquisidores que persiguen disidentes en caza de brujas. Sino para eliminar los efectos perversos de la cohabitación, que si en Estados Unidos funciona bien, limitando los abusos del poder presidencial, es porque allí hay auténtica separación de poderes. Y desde luego, para reformar el artificioso sistema electoral, que falsifica la voluntad popular permitiendo unos resultados no queridos por los electores.

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Y algo de esto sabemos también en España, pues también nuestra ingeniería electoral prefabrica mayorías absolutas de diseño que no coinciden con la voluntad expresa de los electores. Si Chirac va a ser presidente con un 20% de los votos, en España se puede lograr la mayoría absoluta con el 30%. Lo cual se agrava con un mecanismo de censura constructiva que blinda al presidente del Gobierno, haciéndolo casi irresponsable ante el Parlamento. Así resulta un modelo español formalmente parlamentario proporcional, pero cuyo bonapartismo efectivo poco tiene que envidiar al francés. Y de esta manera no hay separación de poderes que valga.

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