Electoralia
Coincidiendo en un mismo fin de semana, la ascensión de Jean-Marie Le Pen a la ansiada plataforma de la segunda vuelta de las presidenciales francesas, eclipsó la victoria indiscutible de Joan Ignasi Pla (75%) frente a un correoso Ciprià Ciscar en las primarias del PSPV-PSOE. De este modo ha quedado configurado el asalto a la presidencia de la Generalitat Valenciana en el combate electoral que se avecina para la primavera de 2003.
La Cumbre Euromediterránea de Valencia (22 y 23 de abril) pasará a la historia porque se gestó al tiempo que el político francés más antieuropeo renacía de sus cenizas, a los 73 años, para batirse en duelo con el heredero de la grandeur, Jacques Chirac, el próximo 5 de mayo. Eso sí, Chirac contará con el mayor apoyo ideológico jamás logrado y que abarcará desde la derecha liberal hasta los cimientos del legendario partido comunista francés.
A los valencianos lo que más nos afecta es la victoria de Pla y, en menor medida, la derrota de Ciscar, cogido de la mano, para esta ocasión, de su afán conspiratorio. Finaliza una forma escasamente reconfortante de hacer política. Tenemos ante nosotros un horizonte electoral que en la Comunidad Valenciana no se nutre de personajes variopintos como el singular espécimen que es Pascual Maragall o la esperanza convergente que tiene en Artur Mas (CiU), la alternativa nacionalista a Jordi Pujol. En la autonomía valenciana, además de las dos opciones principales, que se sitúan en los candidatos de los dos partidos de obediencia centralista (Partido Popular y PSPV-PSOE), no se aprecia, por el momento, una oferta nacionalista consistente, con suficientes garantías para ejercer como tercera vía con vocación real de gobierno.
Los discursos, con el tiempo, tenderán a moderarse y la problemática de la lengua diferencial de los valencianos, -a pesar de su flamante Academia Valenciana de la Lengua (AVL)- sigue sin resolverse, mientras se vive una regresión en su uso y fomento. Sería interesante saber qué opinan los empresarios valencianos acerca de cómo se ha de afrontar el futuro a uno y cinco años vista, al tiempo que se ha de contemplar la eventualidad de que manden, más o menos, los mismos en Madrid o en Valencia. Hasta ahora, en la corta historia de su democracia española, no ha sido posible experimentar la sensación que produce tener un jefe de gobierno en el Consell valenciano, que no deba obediencia a quien manda en España desde la Moncloa. Bien es cierto que, como no hay experiencia, también resulta difícil valorar en qué medida sería beneficioso para los valencianos disponer de una alternativa que equilibrara o terciara en el inquietante panorama político de mayorías y minorías.
Si los políticos vienen enfebrecidos por sus combates y los representantes sindicales comienzan a emitir mensajes ideológicos, los dirigentes empresariales habrán de tentarse la ropa y salir a la superficie para dar su opinión. Los tiempos, como en la canción de Bob Dylan, están cambiando, pero no basta con seguir los procedimientos habituales de los cenáculos y las catacumbas, porque la sociedad necesita luz y pistas para proseguir el camino con mayor seguridad. Las empresas y la economía ya no son un lujo para expertos, sino, más bien, un condicionante ligado al progreso de los ciudadanos.
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