La cultura de lo sexualmente raro
Ahora todos tenemos derecho a ser raros. Contra la positiva idea de ser normal, lo que abre nuestro porvenir más brillante es ser únicos, extraños a todos. Pero ser extraño es ser queer (pronúnciese kúia), una palabra que en inglés significa rarito, si se trata de sugerir algo sobre la sexualidad y que, de hecho, se emplea incorrectamente para los maricas.
Los queers, sin embargo, son cosa diferente a los homosexuales. Más aún, contemplan la clasificación gay como una forma demasiado perfecta de integración. Y lo mismo piensan en cuanto a sectores ya calificados como los travestidos, los transexuales, las drag-queens y drag-kings, los bisexuales, las lesbianas, que parecen poder ordenarse en un catálogo de variedades estables.
Se llega a ser homosexual no sólo a través de unos genes, sino por medio de una compleja interacción histórica. No hay una identidad homosexual. No hay un género unívoco
Lo 'queer' no sólo hace referencia a gente curiosa en sus inclinaciones sexuales, sino que extiende la curiosidad hacia cualquier experiencia mixtificadora en muchos otros campos
Rafael M. Mérida, que posee el gran mérito de haber publicado en España una completa antología de textos queers (Sexualidades transgresoras. Icaria. Barcelona, 2002), acepta que, en un principio, las prácticas o alistamientos sexuales fuera de la convención y los estudios de género, promovidas por feministas, constituyeron los precedentes de la teoría queer. Una teoría que empezó a cuajar en los años noventa del siglo XX en EE UU y que ha ido creciendo en las universidades.
Ha crecido con tanta fecundidad que ahora lo queer no sólo hace referencia a gente curiosa en sus inclinaciones sexuales, sino que comprende la extensión de la curiosidad hacia cualquier experimentación mixtificadora en otros campos. Tiene que ver con aventuras alternativas en la lingüística, en la epistemología, en la representación o la política, aspectos que crean, cuando todo parecía acabado, el nacimiento de una inesperada contracultura. En los conceptos se advierte una herencia rotunda de los escritos de Michel Foucault, especialmente su Historia de la sexualidad, pero hasta los grupos antisida ACT UP intervienen en la formación de un discurso que enlaza perfectamente con los debates posmodernos.
Por ejemplo: dentro de la homosexualidad, los llamados 'construccionistas' (opuestos a los 'esencialistas', quienes defienden una base genética) consideran que la homosexualidad no nace como categoría cultural hasta que una serie de circunstancias (sociopolíticas, económicas) lograron propiciar una determinada autoconciencia erótica, individual y colectiva, que en absoluto son equivalentes a las prácticas sexuales entre personas de un mismo sexo en otras épocas.
Se llega a ser homosexual no sólo a través de unos genes (esencialismo), sino a través de una compleja interacción histórica. La condición, que llega a considerse homosexual, por ejemplo, no sería sólo un rasgo biológico o una actividad -dice Mérida-, sino una identidad que aparece en un proceso de construcción. No hay una identidad homosexual fija. No hay una identidad sexual idéntica. No hay un género unívoco. Como en el trabajo, como en el amor, las identidades cambian, se mezclan, se degradan, se refuerzan, se canjean, se disipan.
Muchos de los trabajos más interesantes y recientes en torno al fenómeno queer desvían ya su significado hacia dimensiones identitarias que el sexo no puede abarcar por completo, como es el caso de la raza, la etnia y la nacionalidad poscolonial, factores que se entrelazan a la sexualidad y elaboran una identidad deslizante. Ser queer es lo raro de ayer y lo que tiende a convertirse en un modelo de ser para el futuro. Las sociedades, los grupos, las ciencias, la moda, los diseños de automóviles, las disciplinas sociales e incluso las relaciones amorosas se hacen queer.
Dos libros
En los programas de estudio de las mejores universidades y en editoriales de Columbia, Duke o Chicago crecen los trabajos sobre esta nueva filosofía del mestizaje total. ¿En España? O lo queer se encuentra todavía estigmatizado o se encuentra en sus primeros tanteos. Dos libros que hacen referencia a ello, Teoría torcida (Siglo XXI), de Ricardo Llamas, y La crisis de la heterosexualidad (Laertes), de Óscar Guasch, pueden considerarse directa o indirectamente pioneros en la exposición del fenómeno. Tres focos queer son, además, detectables hoy en nuestro país. Uno se encuentra entre personas vinculadas a grupos homosexuales y la lucha antisida. Otro, en los contactos internacionales con españoles a través de los chat de Internet. Finalmente, otro más cunde entre grupos antiglobalización porque allí la energía desequilibrante, el queer, se transmite como un poder contra la homologación de los modos de vida, contra la repetición política, el arte establecido, el pensamiento único, la globalización fatal.
Fear of queer planet (Miedo a un planeta queer) es el título de una antología publicada hace casi 10 años por Michael Warner donde se denuncia los intentos de sofocar la lucha queer, cuyo pensamiento cultural es contemplado como una inesperada voz disonante. De hecho, cuando una persona se identifica con lo queer rechaza clasificaciones sexuales, pero además tiende a promover un cambio individual y colectivo desde diversas instancias y en contra de cualquier censura.
Las personas queer desestabilizan los cánones universalistas, transgreden los patrones unívocos y remueven de forma sistemática tanto sus propios límites como los códigos dualistas y conservadores. ¿Agotadas las ideologías? ¿Obsoletos los partidos políticos? ¿Fin de la izquierda? ¿Regreso del fascismo? Contra esa decadencia surge lo queer, que es a la vez subversión y sorpresa. Una corriente inédita que contiene, en sus esencias polivalentes, multifacéticas, híbridas, el sabor de una alternativa asociada al contenido más íntimo de lo actual.
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