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Crónica:LOS ORTEGA, UNA SEMILLA INTELECTUAL Y PERIODÍSTICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

El consuelo de la memoria

Juan Luis Cebrián

Una de las noticias felices que la cultura española ha conocido en las últimas décadas es la aparición de una pléyade de memorialistas e historiadores. Los recuerdos de personajes que vivieron en primera persona fenómenos importantes para nuestro devenir colectivo servirán, así, como base de la futura tarea documental y científica que transmita a las generaciones venideras un legado indispensable para la comprensión de su propia identidad. Los Ortega, aunque no es un volumen de memorias estrictamente hablando, y mucho menos una biografía o una obra histórica, tiene al tiempo un poco de todo eso pues consiste, al fin y al cabo, en el libro de la nostalgia de un hombre sobre su ascendencia. Es por eso mismo un documento sobre la inmortalidad, en tanto en cuanto ésta tenga que ver con nuestra supervivencia en el recuerdo del otro. Frente a la creencia cristiana en la resurrección, se desprende de él una soterrada actitud renacentista del autor, que nos transmite, quizá sin proponérselo, la sutil idea de que el otro mundo es la prolongada continuación de éste, por lo que ser un Ortega supone, desde hace más de un siglo, incorporar un estilo, una visión, una forma de hacer y de estar en el panorama intelectual de la vida española. El triunfo de la fama sobre la muerte, dictaminado por Petrarca, se convierte así en insospechado motivo de estos apuntes acerca de la existencia de los Ortega, hasta el punto de parecer como si quien los firma pretendiera convertir el apellido en un símbolo mítico, del que nadie de su entorno puede ni debe escapar: ni familia, ni amigos, ni colaboradores, desde luego, pero tampoco los adversarios o los opositores al clan.

Ortega Spottorno renunció a su propio protagonismo en la vida de la cultura, con tal de liderar los esfuerzos por continuar la tarea de su padre

Ortega y Gasset fue, sin duda, el intelectual español más influyente de todo el siglo pasado. El mérito de esta saga narrada por su hijo, José Ortega Spottorno, reside en la naturalidad con que enmarca la figura del filósofo en el entorno familiar y doméstico, y en la manera en que su obra queda inscrita en una tradición colectiva de excelencia intelectual y periodística. Cuenta anécdotas inéditas, descubre facetas ocultas de personajes por otra parte sobradamente conocidos, pero nada de eso confiere al libro un especial interés. Lo que le otorga su magia, su atracción, es el acercamiento al mundo individual del filósofo y de quienes le precedieron en el uso del apellido. La mirada de su hijo se nos muestra tan atenta y lúcida como pueda imaginarse, hasta el punto de que uno tiene la impresión de que José Ortega Spottorno agotó su vida en el fundamental propósito de relatar la de su progenitor. Como un Jorge Manrique de nuestros días, con una prosa tan ingenua y sencilla como los versos del poeta, desgrana así, paso a paso, una elegía racional sin otro destino que rendir culto a su linaje.

Vivir bajo la sombra de un monstruo de la inteligencia, ser hijo de don José Ortega y Gasset, no le debió resultar fácil al autor del libro, que renunció a su propio protagonismo en la vida de la cultura, con tal de liderar los esfuerzos por continuar la tarea emprendida por el padre. Ésta, por lo demás, ha sido demasiadas veces manipulada, instrumentada, utilizada y abusada por algunos de quienes se pretendían sus mejores discípulos, y por parientes o allegados más respetuosos con los intereses materiales y el brillo social inherentes al apellido que con el significado intelectual y político del filósofo. Desconozco hasta qué punto la influencia orteguiana sigue siendo importante en las aulas universitarias o en las cátedras de la especialidad. Para mi generación fue decisiva y puede decirse que si la democracia existe en España se debe en gran parte a la permanencia entre nosotros, durante los peores años de la dictadura, de un aliento y un talante liberal, y de una ambición europeísta que entroncaban directamente con los postulados de Ortega. Los esfuerzos por petrificarle, coincidentes con los deseos de silenciar su pensamiento, no se reducen al intento del ministro franquista de Información, Arias Salgado, por difuminar su obra hasta el extremo de pretender casi ignorar su muerte. Los podemos ver ahora prolongados en las irrefrenables pasiones autoritarias que arrebatan el carácter de los jóvenes cachorros de la derecha española, cada vez más parecida hoy a aquella contra la que bramara con justicia el Ortega joven y el Ortega maduro, el de las conferencias en las casas del pueblo y las colaboraciones para El Imparcial o el de los brillantes discursos parlamentarios y los artículos en El Sol.

En definitiva, con la contribución al descubrimiento del mundo íntimo de su padre, Ortega Spottorno rinde un lúcido homenaje a su estirpe de escritores y a la figura de su mejor amigo y de su mejor maestro. Ése del que hubiera podido decir, remedando a Manrique, los mismos, inolvidables versos, que afloran a nuestros labios en recuerdo del propio autor: 'Que aunque la vida perdió / dejónos harto consuelo / su memoria'.

José Ortega y Gasset y Rosa Spottorno, con sus hijos Soledad, Miguel y José, sentado entre sus padres, en Zumaya (1923).
José Ortega y Gasset y Rosa Spottorno, con sus hijos Soledad, Miguel y José, sentado entre sus padres, en Zumaya (1923).

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