La caída de la socialdemocracia
En los primeros minutos ganó la vergüenza, después el pánico ante el fracaso imprevisto, imprevisible, de Lionel Jospin, del Partido Socialista y, enseguida nos dimos cuenta, medio siglo de socialismo democrático en toda Europa. Dentro de unos días Chirac habrá obtenido una amplia victoria -esperemos que sea lo más amplia posible- sobre Le Pen, que está desesperado de ver que es candidato a la presidencia, pero que no puede subir los últimos peldaños que le separan -felizmente para siempre- del poder. Pero la derrota del PS no se curará en pocos días; es más, es de desear que no le den una mano de pintura demasiado rápida y que ese partido pueda elegir con más reflexión su futuro. Evidentemente, el PS, dirigido por Holande, va a preparar las elecciones legislativas, cuyo resultado puede ser una victoria aplastante de Chirac tras su elección como presidente, o la confusión creada por demasiadas elecciones triangulares.
¿Cómo explicar esta derrota? La situación francesa no era mala, a pesar de algún indicador económico inquietante; Lionel Jospin tenía una larga experiencia de poder y su moralidad estaba por encima de toda sospecha; el paro, a pesar de un cierto aumento reciente, era muy inferior a cuando Jospin llegó al poder. La vida de los franceses estaba acompasada de huelgas de los servicios públicos, pero todo el mundo estaba acostumbrado. Los ataques de la derecha y de la extrema derecha contra los inmigrantes, cuya mayoría, por otra parte, ha nacido en Francia, eran menos virulentos, lo mismo que las denuncias contra los extranjeros, muchos de los cuales, por otra parte, habían adquirido la nacionalidad francesa. Francia no había vivido, como Alemania, la llegada masiva de refugiados del este y del sureste europeo. Incluso se hablaba menos de Le Pen que antes, sobre todo desde que Megret, su antiguo adjunto, se había convertido en su enemigo. ¿Cómo, pues, explicar el resultado delirante de las elecciones?
Es un rasgo particular del sistema político francés el que ha desencadenado la tormenta, pero hay que calar mucho más hondo para explicar la conmoción producida. La causa directa de los resultados electorales es la cohabitación de la mayoría y la oposición en el poder. ¿Cómo hacer una campaña de la derecha contra la izquierda cuando Jospin y Chirac han gobernado juntos durante cinco años y hablaban con una sola voz en Bruselas? Además, los electores estaban convencidos de que Chirac y Jospín llegarían los primeros, lo que animó mucho a votar por los candidatos 'pequeños'.
A pesar de que lo hayan negado, Chevènement, Laguiller y otros han provocado la caída de Jospin y, lo que es más grave, no se dan cuenta de que su discurso izquierdista está de hecho muy cerca del discurso populista y nacionalista de Le Pen. Pero falta explicar el éxito de esos 'pequeños candidatos' fortalecidos por la casi desaparición de un Partido Comunista que desde hace mucho tiempo estaba mantenido en vida artificialmente. Y aquí es donde debemos tocar el punto más doloroso. El modelo político y social que había dominado Europa durante más de medio siglo había asociado crecimiento económico y progreso social. A pesar de sus diferencias, todos los países europeos se habían acercado a este modelo de salarios altos, excelente posición social y escuelas públicas gratuitas. Además, en ese fin de siglo, cuando EE UU entra en tromba en la nueva economía, los Estados europeos más o menos socialdemócratas retroceden o se descomponen. Porque la vida económica está regida a nivel mundial, el Estado nacional en lugar de ser un 'ascensor social' se convierte en defensivo, al servicio de sus propios asalariados. Ello crea, en torno a esta zona protegida, un vasto territorio ocupado por una población que se siente cada vez más amenazada por unos cambios que vienen de lejos y que la ponen en una situación precaria. Los que tienen un bajo nivel de instrucción y cualificación son y se sienten los más directamente amenzados. Y no buscan encima de ellos, sino debajo a los responsables de la crisis que se avecina: los extranjeros, los jóvenes, los parados que, dicen, roban, atacan, violan y asesinan. Ven la violencia por todas partes. Así se abre una vasta zona en la que puede extenderse rápidamente un populismo de extrema derecha. Jürgen Habermas ha sido uno de los primeros en hacer este análisis. Francia, donde la resistencia a la mundialización es importante, ha asistido con más fuerza que otros países a la descomposición de la socialdemocracia, cuya obra de 'progreso' había sido sustituida por la acción defensiva del Estado burocrático y por el empuje del populismo lepenista.
El PS ha logrado mantenerse en el centro de la vida política francesa porque se nutría de la caída inevitable del PC. Mitterrand fue, durante sus dos presidencias, el actor principal de este inmovilismo, de este rechazo a redefinirse, cuyo precio se paga hoy muy caro. Jospin, formado en la vieja izquierda, ha comprendido que debía apoyarse en la nueva, y es una mayoría rocardo-jospiniana la que gobierna con él. Pero contra él, sus adversarios de izquierda se lanzan hoy a un populismo y a un nacionalismo que ha logrado lo que parecía imposible, la 'caída de Jospin'. Y será todavía más difícil lanzar mañana hacia el futuro a una izquierda en la que los llamamientos del pasado suenan cada vez más fuerte.
Chirac, ayer débil, amenazado y, por muchos despreciado, se convierte de golpe en el principal defensor de la democracia. Su elección, que será garantizada por una gran mayoría, puede pesar mucho en las elecciones parlamentarias.
En Europa, el centro-izquierda no se mantiene más que allí donde ha girado hacia el centro-derecha, como es el caso de Gran Bretaña. ¿Debe el PS en Francia dar más claramente prioridad a una izquierda social liberal o, por el contrario, debe enrocarse en la defensa de un poder público amenazado? Tal opción no debe hacerse sino tras un largo periodo de tiempo y requiere una gran capacidad de decisión, pero es indispensable. El tiempo del doble juego ha terminado. En el futuro inmediato, los electores exigen sobre todo al PS hablar como lo ha hecho Jospin -demasiado tarde- en Burdeos y Rennes, es decir, subrayar todo lo que separa a la izquierda de la derecha. Después, si se evita la catástrofe, el PS debe romper con las palabras y las ideas de un pasado ya lejano. Pero nadie parece hoy tener ideas claras que sustituyan las que han perdido su fuerza.
Alain Touraine es sociólogo, director del Instituto de Estudios Superiores de París.
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