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Columna
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'Derby' local

Nunca he acabado de entender el dramatismo con que se plantea el infinitivo radiofónico Ser del Madrid en Cataluña. El propio hecho de que la indagación se plantee y el tono verbal que suele utilizarse al plantearla, siempre oscilante entre el morbo y la piedad, sugieren que el madridismo en Cataluña es una condición marcada por el oprobio, la marginación y una vida precaria y acosada. En realidad, sucede todo lo contrario.

El Madrid es el Otro gran equipo de los catalanes y no hay duda de que sus contiendas con el Uno adquieren la rivalidad y hasta el encarnizamiento propios de lo que son: apasionados derbys locales. Se pierde o se gana, pero siempre jugamos en casa. Aquí, por ejemplo, disponemos de nuestros simpatizantes organizados -en la provincia de Barcelona hay casi las mismas peñas (63) que en la provincia de Madrid, (65, descontada la capital)- y de una prensa amigable bastante extendida, la difusión de los diarios Marca y As sobrepasa en Cataluña los 50.000 ejemplares: con menos (bueno, y con algo más) sobrevive el principal diario en catalán. Pero más allá de estas cifras objetivas, y otras que podrían añadirse, la simpatía por el Real Madrid se observa en multitud de detalles de la experiencia colectiva.

He vivido en muchos barrios de la ciudad y en las noches blancas nunca he dejado de escuchar un cohete en el cielo: y yo, que tiendo a la circunspección, nunca tiro cohetes. También, dado mi oficio, he llegado a conocer a mucha gente, tanto en las alcantarillas como en los palacios. Es verdad que, aparentemente, y tocado el tema, mucha de ella manifiesta una indiferencia y hasta un antipatía por el Real Madrid, club de fútbol. Pero lo que luego sucede en la intimidad prueba que tal conducta es una obligación más de la vida social: cuántas noches memorables, y después de agotado el tema de esa vida, no habré escuchado la confesión madridista de tanto corazón infiel, a poco de rascarlo. Las razones de ese madridismo, íntimo o éxtimo, son muy diversas. Se es del Madrid por los recuerdos; o por el color de la camiseta; o simplemente por ir en contra del gobierno.

Naturalmente, ni los menudos pero definitivos incidentes de la vida cotidiana, ni las certidumbres estadísticas se reflejan en el discurso del establishment catalán -político y mediático, especialmente-, que juzga de una extravagante heroicidad la simpatía catalana por el Real Madrid, club de fútbol.

Pero los catalanes, madridistas o no, ya hemos acumulado una gran experiencia en este tipo de relatos ficcionales. Y hemos aprendido a distinguir con nitidez entre lo que atañe a Cataluña y lo que atañe a los catalanes. Por ejemplo, en 1978, mediante texto legal, dictaminaron que Cataluña tenía una lengua propia. Pero no nos alteramos, la verdad: siempre hemos sabido que los catalanes tenemos dos. Dado este alto precedente se comprenderá que no nos impresione la posibilidad de que Cataluña entera profese devoción por el Uno: siempre hemos sabido que los catalanes tenemos Dos.

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