_
_
_
_
Reportaje:CICLISMO | Los problemas de un 'crack'

Chava desciende a los infiernos

El abulense, en tratamiento psiquiátrico para salir de una grave crisis

Carlos Arribas

José María Jiménez, Chava, no sabe por qué es ciclista.

Como él dice, lo mismo podía haber sido artista, o poeta, o camarero, o nada.

'Será porque me gustaba que me dieran copas y que me aplaudieran todos. Será por Arroyo. Será porque se me dio bien desde el principio, y eso que era un chico de 15 años que pesaba 100 kilos y nadie pensaba que podía ganar. Pero gané en mi primera carrera. Es que he sido siempre muy bueno en todo lo que me he puesto. Hacía karate en la escuela y ganaba todas las copas. Y en el bar de mi padre, en El Barraco, me encantaba atender a todos, cortar bien el jamón, servir bien los vinos...'

Pero, pese a todo, José María Jiménez se hizo ciclista, se convirtió en El Chava. Pese a su cuerpo fuerte y pesado, pese a sus 183 centímetros, se hizo ciclista y escalador, otra contradicción. Se convirtió en ídolo de una parte de la afición. Ganó etapas reinas en la Vuelta a España, su ruedo. No se esforzó por ser más. Un especialista con una fuerza increíble en los demarrajes. También un talento desperdiciado. 'Nunca hizo su profesión al ciento por ciento', dice José Miguel Echávarri, su director de toda la vida. El Chava fue también un especialista en espantás, en poner de los nervios a otra parte de la afición y a sus compañeros de equipo.

El Chava vio un agujero abrirse a sus pies, y, quizás por primera vez en su vida, tuvo miedo

'Es que me sale todo muy fácil. En toda mi carrera, hasta ahora, no ha habido dos días seguidos que no saliera a entrenarme. Te lo puede decir cualquiera. Además, siempre me ha sido muy fácil ponerme en forma. Y ganar. Pero, si sé que no voy a ganar, no tiene sentido esforzarse. Así que no me he esforzado al máximo, no he sido ciclista de todo un año. Pero he cumplido. He ganado bastante'.

La vida del escalador, el ciclista Chava, era una vida peculiar, una vida sobre el alambre, pero, hasta hace poco, una vida resultona. Mal que bien, salía adelante. Era una vida, pese a todo, abocada a la crisis. Una vida guiada por su personalidad.

Un psiquiatra hablaría de personalidad disocial, de una persona que necesita sentirse más fuerte que su entorno, de falta de sentido de la responsabilidad, de autoadmiración y narcisismo permanente sin calado reflexivo, de consumismo compulsivo y rápido de lo que haga falta, incluso del dinero; de una personalidad que es un gancho muy grande frente a la gente de su entorno, de una persona adorable y, a la vez, repudiable, capaz de una gesta y una putada al mismo tiempo; un hombre que ha establecido una magnífica relación con la satisfacción inmediata del deseo; alguien que nunca ha tenido una tutela efectiva, una persona a su lado con jerarquía psicológica sobre él.

'A mí el dinero no me importa', dice el ciclista; 'me gasto lo que haga falta por lo que sea. Yo soy así. Vi un coche muy bonito, un BMW rojo, me paré en la tienda, y me lo compré. Así soy yo. Y les he dicho a los del equipo que no me paguen estos meses en los que no me he entrenado ni nada, pero ellos me pagan todo. Y puede que salga por las noches, y me dé alguna juerga, y haga eso, pero eso, mientras cumpla con lo que me pagan, no le importa a nadie. Y no soy nada extraordinario. Hago lo que hace la gente del pueblo. Soy del pueblo. Y este año he hecho lo que otros años. Lo que pasa es que me había puesto más responsabilidad. La gente me exigía más después de lo que había hecho el año anterior. Y reventé'.

La crisis, el crac, le llegó una fría mañana de febrero. Se vistió de ciclista en el dormitorio. Salió al salón de su casa. Se sentó en el sofá, pensando en un instante, y ahí se quedó varias horas. 'Algo me hizo clic en la cabeza. No sé qué. Cuando me aclaré un poco, horas después, llamé a Eusebio Unzue, el director del equipo, y le dije que lo dejaba todo, que no podía seguir siendo ciclista, que ya no podía con la bicicleta'. El Chava vio un agujero abrirse ahí mismo, a sus pies, y tuvo miedo. Quizás por primera vez en su vida tuvo miedo.

La gente de su pueblo, que no es psiaquiatra, lo explica de otra manera. 'El Chava lo lleva todo en la sangre', cuenta Víctor Sastre, la persona que empezó a reclutar a jóvenes, a sacarlos de los bares y la inercia de los pueblos, para imbuirlos de admiración hacia Ángel Arroyo, el ejemplo de todos en Ávila, y convertirlos en ciclistas; 'el problema es que siempre ha sido guapo y resultón. Siempre se le han dado muy bien las chicas. Siempre se le ha dado bien todo. Lo ha tenido fácil'.

Desde aquel día de febrero en que Chava se dio cuenta de que era incapaz de dar dos pedaladas seguidas hasta el jueves último, cuando volvió a vestirse de ciclista, a agarrar una bicicleta de carreras, a recorrer unos cuantos kilómetros, a sudar, han pasado un par de meses. La crisis. Chava dice que los ha pasado en su casa, tirado en la cama, sin fuerzas ni ganas para levantarse. Un deshecho de hombre. Un enfermo que necesitaba ayuda. Un tratamiento técnico inevitable.

De turismo rural

Jesús Hoyos, el médico del equipo, buscó a un psiquiatra para que le tratara. Le arrancó de su pueblo. Le recomendó perderse por ahí. Desaparecer del mapa. El Chava, acompañado de Azucena, su novia desde hace diez años, cuando ella tenía 15 y él 21, se fue de turismo rural por la zona de Piedrahita. Hizo excursiones, pic nics en las piedras, junto al río. Se fotografió. Feliz. Felices los dos. 'Volvería a pasar por todo esto porque he descubierto, gracias a ello, quién es mi novia de verdad', dice, y agarra la muñeca de Azucena, y la mira meloso, dulce. Ella, a su lado. El Chava, más gordo, hinchado, efectos de la medicación, del tratamiento, benzodiazepinas, antidepresivos, neurolépticos.

Después cogió los bártulos y se aposentó en el hotel que el ex ciclista Laudelino Cubino ha abierto por la zona de Béjar, al comienzo de la subida a La Covatilla, uno de los puertos estrella de la Vuelta. 'Un lugar que me ha devuelto el deseo de ser ciclista', dice.

Chava se sintió más fuerte, pero necesitaba más satisfacciones. Cogió el teléfono y llamó a un par de periodistas. Necesitaba que los medios respondieran a su llamada. Respondieron.

El Chava, fortalecido, volvió a uno de sus temas más queridos. La afición. 'Volveré porque me lo pide la afición. Tengo más de 4.000 mensajes en el móvil de gente que me quiere, que quiere que vuelva. Y yo voy a volver. No sé cuánto tardaré, pero volveré. Escríbalo bien grande'.

Al Chava, a la persona a la que nada le costaba en la vida, le espera el desafío más difícil, un puerto que sólo él puede coronar.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_