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Reportaje:

La nostalgia por el tamarindo

En Madrid abundan los 'minimercados' latinoamericanos que venden a los inmigrantes productos típicos de su tierra

Los inmigrantes latinoamericanos ya no tienen que padecer la nostalgia que produce estar a miles de kilómetros de la tierra y no poder tener a mano un suculento sancocho colombiano, o un jugo de la fruta del tamarindo, o un maíz mote de Ecuador o una taza de té de mate argentino.

Curuba, lulo, maracuyá, aguardiente de tapioca, refresco de guaraná, maíz tostado, inga kola, harina de mandioca, farofa pronta... Éstos son sólo algunos de los productos que venden los minimercados latinoamericanos repartidos por varias zonas de Madrid y que ofrecen a los inmigrantes de aquel continente la posibilidad de no tener que renunciar a la comida de su tierra.

Edgar Ávila, un colombiano que lleva más de una década radicado en España, cuenta que hace ocho años celebraba con alborozo cada vez que conseguía el milagro de que alguien le trajera un plátano o una yuca (un tubérculo típico de Colombia) para preparar sus platos favoritos y domar la añoranza por la comida de su tierra. 'Era un gran motivo de celebración, porque aquí no se encontraba nada', relata.

A Pilar, una costarricense que lleva 12 años en Madrid, le pasaba lo mismo. 'Antes te tenías que resignar. No había de otra', suspira. Ella es cliente habitual del minimercado que posee Edgar Ávila y que se halla en el número 18 de la calle de Gutierre de Cetina, en el distrito de Ciudad Lineal.

Por este lugar, amplio, cómodo, donde resalta el amarillo intenso de la maracuyá (una fruta cítrica), o el verde esmeralda de los aguacates brasileños, o el rojo vibrante del tomate de árbol, pasan a diario decenas de inmigrantes en busca de ese producto que sacie sus sentidos. 'La Pony Malta y la harina pan son los más vendidos', cuenta Teresa, la mujer de Edgar y su mano derecha en el negocio.

El local de Edgar es el primero que se abrió en Ciudad Lineal, un distrito donde, según datos oficiales al 1 de enero de 2002, habitan 24.786 inmigrantes, es decir, un 10,82% de la población. Por colonias, los ecuatorianos, los colombianos y los peruanos son los más numerosos. 'Abrimos una tienda pequeñita en 1998 en la zona de Quintana. Empezamos de la nada, pero después nos dimos cuenta de que funcionaba, y como había muchas personas de Latinoamérica la cosa funcionó', explica orgulloso Edgar Ávila.

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Tanto ha funcionado el negocio que experiencias similares a la de este comerciante colombiano se repiten con frecuencia en Madrid. 'El boom de los mercadillos creo que viene desde 1998, y ahora me atrevería a decir que todos los días se abre un negocio como éste en la ciudad', afirma.

El minimercado de Edgar da trabajo a su mujer y a cuatro personas más. Y la particularidad que tiene es que abre todos los días. La razón fundamental es que muchos trabajadores extranjeros sólo disponen del fin de semana para efectuar sus compras, así que en cualquier época del año es posible encontrar los ingredientes necesarios para preparar un buen sancocho colombiano.

Algunos comerciantes compran a los importadores que ya hay instalados en la ciudad o, como Edgar, se atreven a explorar en este área y se convierten en sus propios proveedores. 'Cuando vimos el primer contenedor fue maravilloso. Fue muy emocionante la sensación de ver crecer el negocio', recuerda Edgar, que ya ha logrado que Mercamadrid sea uno de sus clientes. 'A ellos les vendemos la panela ', precisa el comerciante.

'Buscan calidez'

En el número 86 de la Gran Vía, en el edificio España, otro local colombiano vende productos alimenticios a sus compatriotas y a ciudadanos de países latinoamericanos. Su propietario, Karim, de 36 años y con cuatro de residencia en Madrid, cree que el éxito de estos establecimientos radica en el trato que dan a sus clientes. 'La gente viene aquí buscando la calidez que a veces no le ofrecen los españoles', sugiere. Allí no sólo se pueden obtener los productos de la tierra, sino que también se puede tapear a la colombiana. 'Y tenemos como norma que a nuestros compatriotas les regalamos un tinto cada vez que vienen', cuenta.

Karim relata que tuvo que dejar todo en su país porque la situación económica le obligó a cerrar un almacén de venta de telas que poseía en su natal Pereira. Dice también que le gustaría regresar a Colombia, aunque sabe que por ahora su destino está aquí, en Madrid, al frente del local. 'Éste es un sitio que se sostiene. Se trabaja duro, muy duro [el local está abierto de 10 de la mañana a 10 de la noche todos los días de la semana], pero compensa, aun teniendo en cuenta que tenemos que pagar una cantidad enorme de alquiler', subraya.

La preocupación de los comerciantes que se dedican a este tipo de actividad es que el fenómeno de la inmigración, imparable, imponente, acabe por provocar que las multinacionales dediquen sus propios espacios a la venta de esta clase de productos. En la actualidad, en grandes establecimientos como El Corte Inglés, el plátano, la yuca o el coco aparecen con la denominación de exóticos y sus precios son exorbitantes. 'Cuando se den cuenta de la aceptación que tienen, nos van a acabar el negocio', se lamenta Edgar Ávila.

<i>Minimercado</i> de productos latinoamericanos regentado por Edgar Ávila en Ciudad Lineal.
Minimercado de productos latinoamericanos regentado por Edgar Ávila en Ciudad Lineal.MANUEL ESCALERA

El Perú de Los Mostenses

Manuel Tisnado León está convencido de que los puestos del mercado de Los Mostenses, en la plaza del mismo nombre, acabarán perteneciendo a los inmigrantes. Lo cree porque él ya ha abierto el camino. Después de empezar como vendedor de pescados, 'desde abajo', Manuel ha logrado comprar dos puestos y dar trabajo a varios compatriotas. Fue duro. Pero valió la pena. Manuel era un eficiente empleado de Trujillo, en el norte de Perú, que se vio en la calle cuando la entidad quebró. Por eso le tocó empezar de cero, y escogió España para hacerlo. Aquí llegó, solo y sin más compañía que sus ilusiones y sus deseos de encontrar algo mejor. Trabajó en todo lo que pudo, hasta que llegó a ayudante y repartidor de la pescadería que ahora es suya. El dueño decidió que abandonaba el negocio y un día le propuso a Manuel que se hiciera cargo. Él aceptó. Sólo han pasado dos años desde que es propietario, pero su negocio se consolida cada día y los peruanos empiezan a ocupar las plazas que algunos españoles van dejando y que otros desdeñan. 'A mí me parece muy bonito que venga la gente y nos vea trabajar y se den cuenta de lo emprendedores que somos y de las ganas que tenemos', dice Manuel.

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