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Columna
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Ciclos

Emilio Ontiveros

Fueron los más entusiastas defensores de la revolución asociada a la nueva economía los que, confiados en sus singulares implicaciones y la no menos sorprendente prolongación de la fase de crecimiento de los pasados noventa, se atrevieron a vaticinar el final de los ciclos económicos. Desde la vigencia de los enfoques más directamente basados en la planificación central de las economías nadie se había cuestionado esa suerte de fluctuaciones recurrentes que han caracterizado fatalmente al capitalismo y, en general, a cualquier economía, independientemente de su organización, siempre que mantuviera un cierto grado de integración internacional.

Similares resultados eran defendidos desde fundamentaciones causales bien distintas: los defensores de la economía socialista en su versión más esencialista lo conseguirían tras la eliminación de la anarquía de los mercados, a través de la coordinación ex-ante de las actividades de todos los agentes económicos; los partidarios de la nueva economía, por su parte, al incorporar en los procesos de decisión toda la riqueza informativa disponible y los medios para su manejo en tiempo real que ofrecen las tecnologías de la información y de las comunicaciones (TIC). Esto último, por supuesto, tras la liberación de todas las energías asociadas a ese proceso de destrucción creativa propio del capitalismo más puro.

La sincronía cíclica entre las grandes áreas económicas, particularmente entre Europa y EE UU, ha aumentado en los últimos diez años

Hasta la fecha, la evidencia favorable a esas premoniciones no es muy abundante que digamos: las empresas, los gobiernos, los inversores, siguen, de una u otra forma, errando en algunas de sus decisiones y provocando esas discontinuidades en los ritmos de crecimiento económico. Ocurre, sin embargo, que la experiencia y esa capacidad de procesamiento de la información que permiten esas tecnologías favorecen la reducción del número de errores o, cuando menos, la envergadura de algunos de ellos. La última de esas desaceleraciones en las principales economías (no es fácil hablar de recesión, con la excepción de Japón y, quizás, de Alemania), esa de la que presumiblemente estamos saliendo, disponiendo de denominadores comunes a la mayoría de las precedentes, ha registrado rasgos propios, algunos de ellos esperanzadores.

La singularidad de este último ciclo radica en primer lugar en la sorpresa de sus principales manifestaciones: la inusual longevidad e intensidad de su fase de expansión, el no menos inesperado final de la misma y la relativa suavidad de la recesión que le siguió. Es verdad que ha existido una manifiesta incomprensión de lo que ocurrió en la economía estadounidense entre marzo de 1991 y diciembre de 2001. Pero es igual de cierto que esa errónea percepción lo fue también acerca del impacto de esa desaceleración en el resto del mundo, particularmente en Europa.

La sincronía de las fases de desaceleración, perteneciendo al catálogo de similitudes, merece una mención especial, como lo hace el trabajo que incorpora el Fondo Monetario Internacional (FMI) como capítulo 3 de su último World Economic Outlook (http://www.imf.org/), en el que se describen las principales regularidades empíricas de las recesiones y recuperaciones en los principales países industrializados (España incluida), desde 1881 hasta 2000. La evidencia de esa simultaneidad en la desaceleración de los grandes, especialmente cuando se contrasta con la de principios de los noventa, es tanto más destacable cuanto más ha sorprendido a las autoridades económicas.

En el terreno de lo más esperado se encuentra su menor severidad (las contracciones en EEUU y Alemania han sido inferiores a las habituales), aunque, también consecuentemente con la evidencia empírica, la sincronía de la recuperación en ciernes no impedirá que sea más explícita en EE UU que en Europa (Japón es, por no pocas circunstancias, un caso aparte). Sólo queda confiar en que la observación de esas regularidades, y la todavía no tan suficiente documentación de los errores que abortaron las fases de expansión o prolongaron en exceso las recesiones, sean asimiladas con la eficacia suficiente para que los ciclos, aun cuando contemos con ellos, no resulten tan sorprendentes.

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