Nueve heridos al arder las oficinas de una librería en la calle de Juan Bravo
Columnas de un humo oscuro y tóxico invadieron a primera hora de la tarde de ayer el barrio de Salamanca a consecuencia de un incendio de gran virulencia surgido en los bajos de las oficinas de una librería científica de la calle de Juan Bravo, que causó la intoxicación de siete inquilinos y de dos bomberos. El fuego destruyó completamente dos plantas de un inmueble de apartamentos, de siete alturas, situado frente al lugar donde muriera asesinado en 1973 el almirante Luis Carrero Blanco en la calle de Claudio Coello. Varios hidrantes [tomas de agua contrain-cendio] de la calle de Maldonado, frente al edificio quemado no funcionaron, según los nueve empleados de la librería que se hallaban dentro cuando ardió y tuvieron que abandonarla a través de unas escaleras de mano facilitadas por una peluquería y un garaje.
Dado que los hidrantes estaban averiados, los bomberos tuvieron que conectar sus mangueras a las cisternas que trasladó al lugar de los hechos el Servicio Especial de Limpieza Urgente (Selur).
'El incendio soltó al cielo columnas de humo visibles desde Boadilla del Monte, donde yo me encontraba cuando se desencadenó el fuego', reconoce Juan Jesús Tordable, portero del club Milford, en la calle de Juan Bravo. Loren Algara, empleada de la librería científico-médica Díaz de Santos, estaba dentro de la oficina cuando se inició el fuego. Se muestra indignada: 'En la oficina trabajamos hasta 60 personas, pero todas, menos nueve que nos hallábamos dentro, habían terminado sus turnos a las cuatro de la tarde', confiesa con un suspiro.
Montacargas
'Eran las cinco menos cuarto y me encontraba en la oficina cuando vi correr a dos compañeros; me asomé a la escalera del cuarto del montacargas, por el que acostumbramos subir los libros hasta nuestra planta, y salían unos enormes chispazos. Los dos compañeros que descendieron al foco del fuego intentaron apagar las llamas con un extintor, pero no lo consigueron', prosigue; 'avisamos a los bomberos. Por tres veces les telefoneamos, pero varias veces nos pidieron que les confirmáramos el aviso de fuego. Indignada, Mari Carmen, la telefonista, les estaba explicando que la cosa iba muy en serio cuando la comunicación se cortó por las llamas', explica.
'Salimos arreando como pudimos, pero Adolfo [López de Alda], un compañero, nos avisó de que no debíamos cruzar la puerta', señala, 'que se quemó una mano por habernos alertado', dice con pena. 'Entonces vinieron vecinos y colocaron desde la calle algunas escaleras por las que bajamos a todo correr', señala Loren.
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