Sueño
Ahí está, después de tanto tiempo, subiendo a la gloria, en busca del premio merecido, dispuesto a recoger y levantar el trofeo. Parecía imposible, pero el sueño se ha hecho realidad, y ahí está Manuel, el verdadero protagonista de la hazaña, el capitán del Granada Club de Fútbol, subiendo al palco del Estadio Santiago Bernabéu, escribiendo en cada peldaño un capítulo inolvidable para la ciudad del Genil, para toda Andalucía y para el deporte modesto de España. Porque en el fútbol nada está escrito hasta que se cumplen los 90 minutos, y esta noche de primavera, esta noche de abril, no sólo hemos vivido un golpe de fortuna, sino un partidazo, un partidaaazooo, en el que el débil le ha ganado al fuerte, el David de la Alhambra contra el Goliat de la estrellas, el ratón del Veleta contra el gato de Navacerrada, la gacela lorquiana del Dauro contra el felino blanco del Manzanares. Sí, sí, sí, señoras y señores, así gana el Granada. El terror escénico del campo madrileño se ha transformado en día de fiesta, en locura colectiva para los aficionados granadinos que merecían ya una compensación por tantos años de sinsabores y sufrimientos. Y ahí está Manuel, con su hazaña, acercándose al palco de autoridades.
No era la primera vez que el Granada llegaba a una final de la Copa. En la temporada 1958-1959, después de derrotar al Plus Ultra y al Valencia, el equipo se plantó en la final de lo que entonces era la Copa del Generalísimo, con un equipo de gala, un equipo que escribió páginas de oro rojiblanco, una alineación que se supieron de memoria durante años los niños de la ciudad. Piris, Becerril, Pellejero, Larrabeiti, Méndez, Vicente (aquel extremo inolvidable), Vázquez, Carranza, Loren, Benavídez y Mauri. Mauri, el catalán de los muslos de acero, el héroe de la eliminatoria contra el Valencia, el que remató de manera fulminante un centro de Larrabeiti y dejó en la cuneta al equipo del Turia. En 1959, el Granada cayó en la final contra el Barcelona, pero esta noche no, esta noche ha derrotado al Madrid de Figo, al Madrid de Raúl y Zidane, al Madrid de Roberto Carlos, al mejor equipo del mundo. Hace pocas temporadas, cuando todavía estaba en Segunda B, el Granada también hizo una buena Copa, una Copa del Rey. El Atlético de Madrid lo eliminó en cuartos de final. Pesares, derrotas, desilusiones, apuros, tardes de frío, escándalos, y ahora los sueños cumplidos, en un ambiente de lujo, andaluz, porque hoy la capital de España y la Fuente de la Cibeles no se visten con el blanco del equipo merengue, sino con el blanco de Sierra Nevada, esa nieve que ha dejado fríos a los madrileños.
Ya llega, el capitán del Granada está a punto de recibir la copa. Él mismo labró el triunfo al robarle el balón en el centro del campo a Morientes, al superar primero a Fernando Hierro, después a Pavón, para pegar el zapatazo que hizo morder la hierba al gigante. César no pudo alcanzar el balón de los sueños, la pelota de la Historia, el esférico de las ilusiones, que se coló como un rayo por la escuadra. Y ahí está. Por fin, entre el delirio del público, después de tanto tiempo, el capitán del Granada recibe la copa de manos del Presidente de la República. A este humilde locutor se le hace un nudo en la garganta.
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