Banderas, drogas y truenos
Los representantes de las asociaciones de drogodependientes exponen a don Felipe en La Línea sus inquietudes
La Línea recibió a don Felipe de Borbón repleta de júbilo y de banderas. Eran muchas y la misma: la española. La andaluza se había esfumado de mástiles, cables y señales de tráfico. El alcalde, Juan Carlos Juárez, un ex afiliado del GIL convertido a la fe del PP, mandó poco antes de la visita real a un propio para que repartiera entre la muchedumbre que aguardaba en la calle cinco cajas de banderas que a ojo de buen cubero podían sumar diez gruesas o más. Incluso a las puertas del Ayuntamiento flameaba una mujer disfrazada de bandera o si se quiere, por no restar voluntad a su consciencia, ella misma se había colocado a modo de cariátide, como si sostuviera sobre su cabeza, tocada con un sombrero de ala ancha decorado artesanalmente con las mismas franjas, el muro maestro del Ayuntamiento.
Cuando llegó el Príncipe la señora disfrazada de bandera , y acreditada por el Ayuntamiento, no se movió, como correspondía a una auténtica bandera, y dejó que el viento la moviera caprichosamente. La señora vestida de bandera no desentonaba a pesar de su excentricidad. De hecho, de vez en cuando cruzaban las avenidas carritos de bebés abanderados, como si fueran embarcaciones de recreo, e incluso surgían de un lado a otro de la calle corredores pedestres envueltos en banderas.
Quizá por esa reiteración de colores se echaba en falta la bandera verde y blanca vista tantas veces a lo largo de la ruta.. Ni en los tendederos, ni en las farolas ni amarradas a las señales de tráfico había enseñas de la comunidad.
Sin embargo, en el interior de un Ayuntamiento tan abanderado donde Felipe de Borbón tenía ante sí a los representantes de la Andalucía marginal, la más amarga y debilitada, la que hasta ese día había permanecido ausente. En el salón de plenos, compartiendo mesa con el Príncipe, estaban los representantes de las asociaciones de socorro a los drogodependientes, incluida la de ayuda a los alcohólicos rehabilitados. La Andalucía marginal por fin se presentaba ante su alteza, eso sí, a través de terceros y con su mejor aspecto. Después del espejismo de optimismo californiano entrevisto en Málaga , surgía con todo dramatismo el lado oscuro de la mayor comunidad del Reino.
La Línea es el municipio andaluz con mayor índice de drogodependientes que utilizan jeringuilla para introducir las sustancias en sus organismos. Allí convive, frente al peñón de Gibraltar, una de las mayores comunidades de excluidos sociales a causa de sus vínculos con las drogas, preferentemente la heroína. Si atendemos a cifras, el porcentaje de heroinómanos que aún utiliza la inyección duplica el promedio de la comunidad. El Príncipe escuchó su angustiosa exposición y todos salieron satisfechos. Dentro de lo que cabe, habría que añadir.
Fue la reunión más emotiva y simple (con menos boato y protocolo) de una jornada que, después de una encuentro en Antequera con los alcaldes de la Federación Andaluza de Municipios, comenzó en Algeciras con un aguacero formidable que retrasó la llegada de don Felipe. Pero aunque trastornó levemente los horarios en cambio no amilanó a los cientos de personas que hicieron el pasillo al Príncipe de Asturias hasta el Ayuntamiento. El aguacero se convirtió de pronto en diluvio y este cronista estaba pensando en Noé cuando un trueno descompuso por un momento sus reflexiones bíblicas y el propio hieratismo protocolario e hizo subir un nudo de inquietud a la garganta del pueblo llano y sus regidores.
Pero como viene acaeciendo en este viaje meteorológicamente tornadizo, cuando Felipe de Borbón llegó al siguiente punto de encuentro ya había amainado y la tormenta desaparecido (luego incluso saldría un sol que achicharraba). En el puerto de Algeciras esperaba a la concurrencia el acto de colocación de la primera piedra de las obras de ampliación del muelle. Quien no haya visto cómo es la primera piedra de un muelle se habría quedado boquiabierto al contemplar como una grúa gigantesca elevaba una roca cilíndrica no menos hercúlea y la depositaba sobre el hueco preciso.
Fue, tras el trueno, la segunda sorpresa de una jornada que aún guardaba en la manga varias más. A esa hora, por ejemplo, una señora de La Línea se estaba enfundando una bandera a modo de poncho para simbolizar su fe y su patriotismo y un andaluz desposeído colocaba sobre su vena la punta aguzada de una aguja.
Recuerdo a la Constitución de Cádiz
Primero James Bond y después el Príncipe. Uno dando mamporros y el otro recordando la vieja constitución liberal y animando a todos a aplicar su glorioso espíritu 'a las realidades concretas del presente'. Felipe de Borbón llegó después que Bond. Eran alrededor de las 18.30 de la tarde cuando la alcaldesa de Cádiz, Teófila Martínez, recibió al Príncipe de Asturias que, después de recorrer parte de la provincia, recalaba por fin en la capital. Traía el tiempo a favor y quiso recordar otros siglos famosos. 'Fue éste el ambiente', dijo evocando la ambiciosa ciudad comercial del siglo XVII, 'en que se gestó nuestra primera Constitución, hito fundacional de nuestra moderna historia política y el que propició su gran impacto más allá de nuestras fronteras, en los países europeos e iberoamericanos que se inspiraron en ella para redactar sus textos fundamentales'. Luego, sosteniendo la misma lógica histórica, se refirió a un término tan caído en desgracia como el de 'liberal' que, desde Cádiz, pasó 'a formar parte del vocabulario político universal y que, tanto en su significado específico de amante de la libertad, como en el sentido clásico español, que alude a la generosidad de quien lo ostenta, sigue siendo rasgo característico de esta ciudad y los gaditanos'. La alcaldesa de Cádiz, que como presidenta del PP andaluz ha recelado del panorama que la Junta iba a mostrar al Príncipe, se mostró afable y como otros alcaldes con anterioridad, aprovechó su intervención para relacionar las carencias que padece su ciudad. Habló la alcaldesa en concreto de 'las infraestructuras necesarias para cruzar la bahía con comodidad y aprovechamiento', y se lamentó de la 'sangría' que supuso el despoblamiento causado por la reconversión de los astilleros. La estancia de Felipe de Borbón culminó con un paseo por los barrios históricos de la ciudad, la visita a una vivienda rehabilitada y con una cena con una representación de los jóvenes andaluces.
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