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Sharon es Sharon

¿Quién es quien más puede hacer para interrumpir el curso trágico que han tomado las cosas entre israelíes y palestinos? Pese a que Bush parece convencido de que Arafat, secuestrado en un zulo, puede hacer mucho más, quien más puede hacer para influir sobre la situación es el jugador más poderoso sobre el terreno, y ése es Sharon. Ahora bien, al referirse a Sharon hay que tener presente que es un hombre de 74 años que durante toda su larga vida militar y política ha mantenido una extraordinaria continuidad en sus ideas y otra tanta coherencia entre esas ideas y sus hechos. No cabe confiar en que Sharon vaya a dejar de ser Sharon a los 74 años. Sharon es un veterano de cinco guerras que no está pendiente de las próximas elecciones. Ha vivido lo suficiente para ver que quienes en los setenta se negaban a aceptarlo como jefe de Estado Mayor lo tuvieron que aceptar en los ochenta como ministro de Defensa, y para volver a ver que quienes no querían aceptarlo como ministro de Defensa en los noventa lo tuvieron que aceptar como primer ministro en los dos mil. Hay que decir además que Sharon no confía en las promesas; sabe que los hechos pueden salir mal, pero sabe también que los hechos siempre pesan más que las palabras. Por eso impulsó los asentamientos, llevó a cabo la invasión de Líbano y realizó la visita a Haram al Shariff cuando se puso en discusión el futuro de ese lugar. Y por eso ahora está haciendo lo que está haciendo.

Cuando Sharon dice que va a hacer algo es un error pensar que hará menos de lo que dice, lo probable es que haga más. Sharon siempre fue más allá de lo que le indicaron sus jefes, en el Ejército y en el Gobierno. Así actuó en 1953 al dirigir la represión contra la aldea palestina de Kibya, en Samaria (volaron 45 casas y murieron 69 residentes, la mitad mujeres y niños); en 1954, cuando atacó una base militar egipcia en Gaza (38 soldados egipcios muertos y 44 heridos), tras lo cual Nasser declaró haberse convencido de que la paz entre Egipto e Israel era imposible. En la guerra de 1956, Sharon lanzó a sus fuerzas por el paso de Mitla poniéndolas en situación muy comprometida, lo que le acarreó la acusación de violar la disciplina por promover una operación militar no necesaria. En la guerra de Líbano fue más lejos. Era ministro de Defensa y, tras sostener en el seno del Gobierno que las tropas no penetrarían más allá de 40 kilómetros, en tres días las situó en los suburbios de Beirut. Después de la firma de un alto el fuego, Sharon ordenó bombardear el palacio presidencial, y cuando un mediador estadounidense negociaba una salida pacífica a la situación lanzó un bombardeo de saturación sobre Beirut. Entonces Reagan amenazó al primer ministro israelí, Begin, con un deterioro serio en las relaciones bilaterales, y Begin paró a Sharon, haciendo posible que Arafat y sus hombres salieran de Líbano. Pero poco después vino la matanza de Sabra y Chatila. Hoy el primer ministro de Israel es Sharon y no tiene por encima a nadie para pararle.

Sharon posee una seria experiencia en la represión de los resistentes palestinos. En 1969 dirigía el Mando Sur del Ejército israelí durante la guerra de desgaste en el canal de Suez y controlaba el territorio ocupado de Gaza. Durante los últimos días de esa guerra lanzó una represalia contra militantes palestinos de la franja, en la que fueron demolidas millares de casas y cientos de jóvenes fueron deportados a campos en Jordania y Líbano. Entre junio y diciembre de 1971, Sharon dirigió la eliminación de 104 activistas palestinos de Gaza (en los cuatro años anteriores los ejecutados habían sido 179) y muchos centenares fueron detenidos. Con estos y otros golpes menores consiguió que en diciembre de 1971 sólo hubiera en Gaza una operación de sabotaje palestina, mientras que en junio de ese mismo año había habido 34. En la campaña electoral que le llevó a ser primer ministro, Sharon se refirió una y otra vez a esa experiencia como muestra de que es posible poner fin militarmente al terrorismo palestino. Se diría que muchos israelíes le creyeron y le votaron. Pero no cabe olvidar la otra cara de la experiencia: tras un tiempo de calma, fue en esa misma arena de Gaza donde surgió Hamás. Todo apunta a que, con la guerra que acaba de declarar, Sharon pretende hacer hoy en Cisjordania lo que en los setenta hizo en Gaza. Si es así, las consecuencias son previsibles.

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Ante la dificultad que presenta la situación, cabe que alguien se haya dicho: dejemos que Sharon prive a los palestinos de medios materiales de resistencia, pero en cuanto haya unas semanas sin atentados le forzamos a negociar; con los resistentes palestinos desarbolados, Sharon, bajo una intensa presión internacional, tendrá que hacer las concesiones que hasta ahora no ha hecho; claro que para que esa negociación sea posible hay que impedirle que acabe con Arafat. Así puede explicarse la rocambolesca situación en que se encuentra hoy Arafat. Pues bien, a quien eso piense le digo que ese callejón no tiene salida. Sharon sabe que en cuanto se siente en una mesa de negociación toda la presión se volverá contra él para que desmantele los asentamientos (como pide el Informe Mitchell). Pero Sharon es el patrón político de los colonos y nada permite suponer que vaya a terminar su vida abandonándolos. El precedente del Sinaí, donde Sharon evacuó y demolió asentamientos, no viene al caso. El Sinaí no es parte de Eretz Israel (la tierra de Israel tal y como la define la Biblia), mientras que los asentamientos que ahora hay que evacuar están en Judea y Samaria, el corazón del Israel bíblico. Sharon ayudó a crearlos, los colonos no están dispuestos a dejarlos y Sharon repite que todos y cada uno de esos asentamientos son esenciales para la seguridad de Israel. Más vale creerle cuando lo dice y no confundir deseos con realidades. Sharon no caerá en esa trampa y le sobrarán excusas para seguir demorando y demorando cualquier negociación, como viene haciendo desde que es primer ministro.

No son sólo los asentamientos, lo mismo pasa con Jerusalén. Sharon considera que Jerusalén no pertenece a los israelíes, sino a todos los judíos del mundo. Esto significa que, como ni el primer ministro israelí ni nadie representa a todos los judíos del mundo, nadie puede negociar sobre Jerusalén. En realidad, y lo ha dicho mil veces, aunque hay quien se empeña en no tomarle en serio, Sharon no cree que es posible una paz entre israelíes y palestinos. Cuenta con que tendrá que atravesar situaciones aún de mayor violencia, tras lo cual entrevé un futuro de no beligerancia que refleje y perpetúe la correlación de fuerzas aplastantemente favorable que hoy tiene Israel.

Tras haber vivido cuatro años en Israel, cuando escucho a Sharon declarar otra guerra para destruir 'la infraestructura del terrorismo', coincido con Yossi Beilin en que esa guerra 'hará nacer más terroristas porque la infraestructura del terrorismo está en el corazón de los palestinos' (The New York Times, 30-03-02). Ésa es la envenenada herencia que están dejando decenios de ocupación y de humillación. Los palestinos son el único pueblo del mundo que vive bajo ocupación y no están dispuestos a aceptarlo. Si los terroristas suicidas no son suficiente prueba de ello, prefiero no pensar lo que pueden llegar a hacer para convencernos de ello. Al mismo tiempo veo que el Consejo de Seguridad aprueba la resolución 1402, pero que no la aplica. Me pregunto entonces cómo se puede convencer a los palestinos de que el camino de su futuro no pasa por el recurso a la violencia, sino por las sendas de la negociación y del derecho internacional.

Todo esto, y el oír decir que Arafat es quien más puede hacer para parar la violencia, el ver que se espera que Sharon haga lo que no ha hecho en 74 años, la impresión de que sus manifestaciones, tan claras como terribles, no son tomadas en serio, y algunos indicios que atisbo de acomodación europea a sus planes (aunque sea con la intención de darles después la vuelta), me han llevado a contar estas cosas que aprendí en Israel, muchas de ellas de amigos judíos. Porque Israel no es la tierra de Sharon sólo.

Carlos Alonso Zaldívar es diplomático.

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