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Homenaje a Pi i Margall

Coincidiendo con el centenario de su muerte, algunos artículos aparecidos en la prensa escrita han servido para recordar, someramente, la figura de un político injustamente aparcado en el olvido, el que fue presidente de la I República Española, el catalán Francesc Pi i Margall.

Político y pensador activo en la compleja pero intensa segunda mitad del siglo XIX español, fue miembro del Partido Demócrata, impulsor del Partido Republicano Federal y del Partido Federal.

Quienes han escrito sobre él, desde personajes de su época hasta intelectuales de hoy, lo muestran como un hombre íntegro, idealista, honesto y consecuente con sus ideas, que dejó plasmadas en sus acciones y programas políticos, en sus artículos y sus libros. En el fondo, un romántico de la política.

Para los que hemos hecho una aproximación a sus textos y a su historia desde la realidad de nuestros días, nos sorprende la vigencia de sus análisis y propuestas transcurrido más de un siglo.

Reivindicado por igual por socialistas, anarquistas o republicanos, el gran eje vertebrador de su ideario político -vinculado a los problemas sociales que afectaban a la ciudadanía de la época- fue siempre la 'libertad' como requisito previo y objetivo último en la defensa de la 'igualdad', y el diálogo como reflejo de la 'fraternidad', los tres valores de la revolución liberal. 'Hoy hay que resolver el problema social sin disminuir la libertad de nadie, ya que la libertad es la primera condición de vida' o 'entre la fuerza y el pacto, no hay término posible. Así, enemigo de la fuerza, opto por el pacto, y lo quiero igualmente para erigir poderes que para construir naciones'.

Estudioso de los socialistas utópicos, especialmente de los franceses como Fourier, y traductor de Proudhon, consideró siempre que la soberanía recae fundamentalmente en la persona y que todo poder tiende a negarla. Desde esta perspectiva defendía a los trabajadores, reivindicaba la liberación de la mujer y entendía la 'concurrencia' -hoy sería la competencia- y el papel del Estado, abogando también por la separación del poder político del eclesiástico y por la libertad de conciencia y de pensamiento. Fue fundamentalmente un demócrata y un verdadero precursor del liberalismo político.

Su aportación más relevante la plasmó en sus teorías sobre el federalismo, por el que luchó durante toda su vida política y que reflejó ampliamente en el Programa Federal del 94: 'Autónomas las regiones, harán indudablemente rápidos progresos (...). Árbitros de su suerte, lo natural es que (...) vigoricen su administración, abran nuevos manantiales de riqueza (...)'. Pero esta apuesta por una mayor autonomía de las distintas realidades nacionales de España, la hacía reforzando el papel de las ciudades y en un contexto internacional: 'Autónomos en su vida interior, reconocemos además los municipios, y por los municipios principalmente habrá que garantizar la vida de los ciudadanos'.

En este contexto, apelaba a un orden internacional que garantizara la resolución de los desacuerdos entre las naciones y preservara la paz. Recordemos que fue de los pocos que defendió la independencia de Cuba frente al 'patrioterismo' -como él lo definía- de los políticos españoles de entonces, incluso de los republicanos.

Ésta es la historia. Pero estas reflexiones de finales del siglo XIX me sugieren otras tantas reflexiones de un recién estrenado siglo XXI. Cuando aún está sobre la mesa la articulación de un Estado español verdaderamente plurinacional, que favorezca el desarrollo potencial de cada nación en un proyecto común, y no con una concepción centralista de las estructuras estatales, que no hace sino realimentar las posturas nacionalistas; cuando aún está pendiente el dotar a las ciudades para que puedan atender las necesidades de los ciudadanos desde su Gobierno más próximo; cuando el día a día nos demuestra la necesidad de 'devolver' protagonismo y soberanía a los ciudadanos como un refuerzo de nuestra democracia; cuandohemos pasado una guerra como la de los Balcanes, cuando nos planteamos qué Europa queremos o cómo consolidar un orden internacional que haga compatible la globalización económica con la globalización de los derechos y libertades, se me hace especialmente difícil entender el olvido de Pi i Margall.

Es por eso también que, desde estas páginas, quiero recordar el homenaje que desde Gràcia le hicimos, en mayo de 1999, dedicándole un monumento en la calle que lleva su nombre. Y es quizá porque Gràcia es el barrio de Barcelona donde mejor encaja su trayectoria y su figura. Vila antes independiente, fue pionera en los movimentos ciudadanos, asociativos y cooperativistas, algunos de los cuales aún perviven. De gran tradición liberal y progresista, incluso libertaria y rebelde, tiene en sus calles, verdadero punto de encuentro cultural y ciudadano, el fiel reflejo de su historia: la plaza de la Revolució (en recuerdo de la de 1868, en la que también participó Pi i Margall), la otrora plaza d'Orient (hoy de Rius i Taulet), cuya campana simboliza la rebelión de las quintas en contra de la guerra de Cuba, y las calles de Progrés, Fraternitat o Llibertat, por no citar las que rinden homenaje a insignes personajes de nuestra historia.

Seguro que se merece un lugar más céntrico, tal como algunos artículos coincidieron en destacar. Seguramente le correspondería el lugar que ocupó hasta la llegada del franquismo, en el actual lápiz -o plaza de Juan Carlos I-, también a las puertas de Gràcia y cerca del Pla de Salmerón, evitando, esta vez sí, darle la espalda al barrio. Pero lo que seguro que le corresponde es seguir recuperando sus ideas y sus valores como un punto de referencia para afrontar los retos todavía pendientes en nuestro siglo XXI.

Teresa Sandoval Roig fue concejala del distrito de Gràcia entre 1995 y 1999.

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