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DON DE GENTES
Columna
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Quiero tener un millón de amigos

Elvira Lindo

AQUÍ ESTOY DE NUEVO. Yo no falto a mi cita, aunque sea fiesta, aunque no me suban el sueldo (estoy empezando a creer que Ceberio no me lee, porque no se da por aludido); aquí me tienen, un domingo de Resurrección, ¡haciendo amigos! Yo que pensaba que estos articulillos me servirían para hacer ese mítico millón de amigos del que hablaba Roberto Carlos ('y así más fuerte poder cantar'), y lo único que me estoy granjeando son enemigos, y de la forma más tonta. Un poco al estilo Saramago, aunque yo sin moverme de casa. Claro que lo de Saramago era previsible, porque ir a Israel y sacar a colación el genocidio es como aquello de nombrar la soga en casa del ahorcado. Y esto no es criticar, como dicen en Jaén; es referir. Claro que, humildemente, a mí también me han dado pal pelo esta semana: me escribió una inglesa, una señora educadísima, natural de Manchester, la mujer, para decirme que mi comentario sobre la fealdad reinante entre las mujeres inglesas 'no sólo es un comentario sexista inaceptable, y más viniendo de una mujer, sino que tiene algo de arrogancia injustificada, porque mirando la cara que tiene usted en la foto, ¿quién se ha pensado usted que es, señora mía: Claudia Schiffer? Por otra parte, el comentario me recordaba, desgraciadamente, a los que sobre las mujeres españolas hacen en el diario amarillista The Sun, sacando a relucir cada vez que pueden la sombra en el labio superior, o sea, el bigote, que al parecer tienen ustedes, las españolas. Se despide, atentamente, Margaret, inglesa y ex lectora de usted por muchos años'.

Conste que el comentario sobre las señoras inglesas no sólo desagradó a lectoras como ésta, también algunos amigos, como Rodríguez Rivero (por su cultural columna/famoso en el mundo entero), que llamó a casa, hecho un anglófilo que te cagas, para decirme que las piernas más bonitas que ha visto en su vida ha sido en el metro de Londres. Claro, que una vez que me dijo que él le encontraba su punto a Camila Parker Bowles, le dije: 'Manolo, apaga y vámonos'. Y como R. R. sabe que soy hiperparanoica, me suelta antes de despedirse: 'Oyes, por cierto, ¿es que ya no quieres dedicarte al cine?', y yo le digo: ¿Por qué dices eso?, y me dice el muy anglófilo: 'Por nada, por nada; por el chistecillo que hiciste sobre Fernández Santos'. Pero no sólo fue Manolo el que me hizo tan cruel comentario. Fueron varios. Por Dios y por la Virgen, ¿es que ya no se puede hacer en España una bromita humorística sobre un crítico? Como soy una persona muy positiva, haré lo siguiente: seguiré en el cine (como Mariah Carey), y si dicho crítico me pone a caldo, diré que es un rencoroso, y si me pone por las nubes, diré que es un tío con un sentido del humor envidiable. Todo menos reconocer que a lo mejor cabe la posibilidad de que haya hecho una porquería. Es un poco lo que hacemos los autores para enfrentarnos a las críticas: decir que el crítico nos tiene manía. Yo ya lo hacía en la escuela.

Lo curioso es que, por un lado, no paro de hacerme enemigos, y por otro, tengo la sensación, de verdad, de autocensurarme. Por ejemplo, no se crean que me atrevo a decir lo que me parece que Canal Sur dedique en estos días la mayor parte de su programación a retransmitir en directo las procesiones andaluzas. Y esto con veinte años de Gobierno socialista. Por cierto, que las otras comunidades religiosas se han quejado de que están marginadas de las teles públicas. Éste sería el histórico momento en que si yo fuera directora de la tele pública, diría: 'Tienen ustedes toda la razón; a partir de ahora, ni para unos ni para otros; quien quiera hablar del más allá, que se pague su tele', pero González Ferrari ha dicho, como siempre, lo contrario: que dichas carencias se tienen que cubrir. Uno lee El último suspiro, de Buñuel, y se da cuenta de que hay cosas que ya no se pueden decir. Decía don Luis que no soportaba los sombreros mexicanos, y lo decía el hombre viviendo en México: 'Detesto todas las tradiciones subvencionadas, y hago esto extensible a la jota aragonesa'. ¿Se atrevería ahora algún artista gallego a decir que le espanta la gaita; un aragonés, que le espanta la jota, o un vasco, que le horroriza el aurresku? Pues a mí me gustaría decir lo propio de las procesiones.

Pero, a qué negarlo, algo queda de las creencias que mamamos, y estos días de Pascua son tiempos de recogimiento y encuentro con nuestros niños. El otro día les oía charlar en su habitación. Puse la oreja en la puerta. No lo hago por cotillear, sino por velar por ellos. Uno leía el periódico en voz alta (pensé: no son tan bestias como yo creía), leía una noticia en la que se decía que una fundación de corte religioso ha sido contratada por la Consejería de Educación de Madrid para dar talleres de sexo en Institutos. Y el otro comentó: 'Pues igual no enseñan el milagro de cómo dejar embarazada a una mujer sin tocarla'. Oí risas. Y otros comentarios que no reproduzco porque ya digo que me autocensuro (me lo dice mi santo: un poquito de autocensura te viene estupendamente). Me fui de puntillas e impactada. No saben los de la fundación con quiénes se van a ver las caras. En un chiste de El Jueves, un joven se quejaba por la máquina de condones que habían puesto en el instituto. Lo suyo, decía, sería que pusieran al lado una de tabaco, porque si uno echa un polvo, tendrá luego que fumarse un pitillito.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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