'Toy Story'
Esteban Vicente (Turégano, 1903-Bridgehampton, Long Island, 2001) solía atribuir a estas piezas, que comenzó a realizar con cadencia imprecisa hacia el final de los años sesenta y que hoy centran el argumento de la muestra monográfica presentada por el museo segoviano dedicado al artista, la condición de meros ejercicios destinados a mantener, frente a la erosión impuesta por el tiempo, la destreza de las manos. Para denominarlas, acudió a términos como el de 'divertimento' o, en inglés, el de toy (juguete) y no contempló el mostrarlas en público si no hasta una época muy tardía, ya mediados los noventa, accediendo al ruego de quienes conocían la magia singular de esa deriva inédita de su obra. Todo ello, sin duda, contribuyó a generar la impresión de que se trataba de una curiosidad marginal dentro del cosmos poético de Esteban Vicente, e incluso aquellos que tuvieron la fortuna de descubrir con anterioridad -como en nuestro caso, con la exposición madrileña de 1996, presentada por la galería Elvira González- el embrujo de esos toys, difícilmente podían sospechar que tras ellos se escondiera el deslumbrante confín que el actual proyecto de Segovia nos desvela.
JUEGOS EN EL ESPACIO
Museo Esteban Vicente Plazuela de Bellas Artes, s/n Segovia. Hasta el 5 de mayo
Se han reunido en esta ocasión 76 toys, del cerca del centenar de los que hay noticia, número que permite, por vez primera, una estimación cabal de la extensión, riqueza sensible y diversidad de tipologías que encierra este singular horizonte objetual. Pero, de largo, la sorpresa mayor que depara el balance establecido en esta circunnavegación de los 'juegos en el espacio' desgranados por Esteban Vicente en la intimidad del estudio, implica, antes que nada, un vertiginoso salto de grado, que destierra definitivamente cualquier prejuicio inercial asociado a la idea de 'obra menor' para revelar, en ese umbral casi privado, una ignota e inesperada 'página mayor' en la meditación crepuscular en torno al legado de invención de la escultura contemporánea. Parte esencial, en todo caso, del exquisito acierto de la muestra es el valor añadido por un montaje magistral, que disecciona y pone sagazmente en valor las claves esenciales de ese territorio, estableciendo a la par elocuentes vías de enlace con aquellos otros mundos paralelos -y equivalentes, parece hoy obligado insistir tras lo aquí visto- de la pintura o los collages del artista.
Formado originalmente como escultor, durante los años de estudio en San Fernando en el Madrid del inicio de los veinte, Esteban Vicente abandonaría, como es sabido, esa temprana inclinación por la mayor inmediatez, más afín a su carácter, que brinda la pintura. Ello hace menos extraño, en todo caso, el reencuentro con el primer amor de juventud en la grácil e implacable libertad de ese campo de juegos tardío donde brota la cosecha de los toys. Fruto de tal revelación, que con toda probabilidad habría de desconcertar antes que a nadie al propio autor hasta el punto de suscitar, presumiblemente, el pudor que dilataría la difusión pública de tan fértil paraje, es una obra magistral, identificada por la incomparable seducción magnética que asociamos a aquellas creaciones nucleares del tiempo contemporáneo germinadas a partir de los materiales más nimios, que despliega sobre el espacio el alma esencial de la poética de Vicente en un diálogo especular con la escultura de su tiempo. Sin reservas, una cita imprescindible.
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