El Depor pasa un mal rato
El cuadro gallego remonta en el último cuarto de hora ante un indigesto Tenerife
Qué mal rato pasó ayer el Deportivo, a punto de dejarse media Liga en casa y ante uno de los equipos que penan en puestos de descenso. Qué sofocón para los chicos de Irureta, incapaces hasta el final de digerir la ración de clementismo en estado puro que les sirvió el Tenerife. El Depor se encontró ante un rival que llenó todas las zonas del campo con defensas e hizo del partido una batalla de trincheras en la que casi sucumben unos futbolistas acostumbrados a otra clase de exquisiteces. Tan encarnizada se volvió la pelea que el Depor tuvo que ganarla a la tremenda. Esta vez no sirvieron de nada las delicadezas de Tristán, Valerón, Fran o Djalminha. En esta ocasión, el partido lo tenía que ganar un guerrero: Scaloni, el inimaginable goleador que apareció en el último cuarto hora.
DEPORTIVO 3| TENERIFE 1
Deportivo: Molina; Scaloni, César, Naybet, Romero; Sergio (Djalminha, m. 66), Duscher; Víctor, Valerón (Capdevila m. 77), Fran (Makaay m. 59); y Tristán. Tenerife: Julio Iglesias; Basavilbaso, Charcos (Bassedas, m. 57), Alexis, Bermudo; Lussenhoff; Javi Venta (Iván Ania, m. 60), Martí, Bino, Javi López (Bichi Fuertes, m. 80); y Marioni. Goles: 0-1. M. 29. Lussenhoff roba un balón a media altura, de frente al área y a unos 30 metros de la portería, golpea sin dejarla caer y marca. 1-1. M. 75. Scaloni recoge un rechace junto al semicírculo del área y marca de tiro raso ajustado al poste. 2-1. M. 83. Scaloni, otra vez de tiro raso y ajustado desde el borde del área. 3-1. M. 86. Makaay, tras un mano a mano. Árbitro: Undiano. Amonestó a Tristán, Scaloni, Marioni, Lussenhoff, Naybet, Alexis, Bichi Fuertes y Julio Iglesias. Unos 30.000 espectadores en Riazor. Tristán falló un penalti (m. 63).
Lo malo de albergar sueños imperiales como los que ocupan ahora la imaginación del Deportivo es la dificultad para bajarse a la vida cotidiana. Cuando uno se acostumbra a las grandes aventuras, cuesta trabajo regresar a las banalidades diarias. Pero el fútbol también exige cumplir con esas pequeñas obligaciones, tareas incómodas y monótonas como la que impuso ayer el Tenerife a este Deportivo borracho de gestas. En unos cuantos años, el Tenerife ha pasado de Valdano a Clemente y de Redondo a Lussenhoff. Todo un símbolo de la penuria que ha ido apoderándose del club y del equipo. Aunque también es cierto que nadie podrá discutir a Clemente su talento para administrar esa penuria ni su intuición para debilitar los puntos fuertes del contrario. O, al menos, no se podrá decir que ayer no hiciera todo lo posible para amargar la vida al aspirante a rey de Europa. Clemente no se inventó en Riazor nada que no se le hubiese visto mil veces: una barricada de cuatro hombres atrás; otro defensa por delante, Lussenhoff, para cortar el juego entre líneas de Valerón y sus socios, y cuatro aguerridos luchadores más acechando en el medio para robar una pelota e irse arriba a toda pastilla.
Muy pronto empezó el Deportivo a poner cara de sufridor, y el gesto se le acabó de crispar cuando, a la media hora Lussenhoff pescó el gol. Los locales reclamaron falta por juego peligroso, pero, en todo caso, hasta el propio Lussenhoff tardó en creerse lo que había conseguido: se hizo con un balón a media altura, le metió la bota lo mejor que pudo y cuando Molina torció la cabeza, la pelota ya estaba entrando pegada al palo. La ansiedad se apoderó del Deportivo, que echaba de menos a Mauro Silva en la áspera pelea del centro del campo y en el que la sensibilidad de Valerón se perdía entre tanto choque de aceros. Por encima, el destino envió la peor señal al comienzo de la segunda parte, cuando Tristán erró un penalti. Casi siempre imperturbable, el delantero pareció descomponerse un segundo antes de lanzar: vaciló al golpear y permitió que Julio Iglesias intuyese la dirección.
Irureta reunió a toda la infantería disponible en el banquillo -Djalminha y Makaay- y la sacó a escena. Pero no era un partido para resolver con un toque de magia. Era un partido para tipos duros, como Scaloni, que, en el tumulto del último cuarto de hora, se hizo con dos balones al borde del área y, entre una maraña de jugadores, logró colocarlos junto a los palos.
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