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LA CRÓNICA
Columna
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Una obsesión del siglo XX

Permítanme que, para empezar, les cuente dos o tres datos personales. Sobre la mesa donde trabajo tengo un autobús en miniatura Guisval; es verde y blanco, como la camiseta del Betis, y lleva escritas unas letras que proclaman: 'Mucho Beti, ¡eh!'. Me lo trajo de Sevilla un amigo, hace un par de años, y aunque no le presto mucha atención y se llena de polvo, me resisto a guardarlo (o quizá es que no sé dónde guardarlo). Más cosas. Hace unos días, quise releer un libro y encontré dentro, como punto de lectura usado hace años, un cromo de Miguel Bernardo Bianchetti, Migueli, futbolista del Barça en la temporada 1974-1975. Me quedé mirando un rato ese rostro confiado y duro, de Tarzán, la camiseta azulgrana de algodón tan genuina, y me acordé de los demás cromos que coleccioné durante muchas temporadas. Sotil, Artola, Olmo, Simonsen, nombres así. Cruyff. Los guardo en una caja de pañuelos y, aunque hace siglos que no los miro, sé que podría encontrarlos en 10 minutos, dentro de algun cajón. Si las buscara, podría desempolvar más cosas, por supuesto: una bufanda de ese Milan que se merendaba a la Quinta del Buitre; un póster del Camp Nou de 1982, año de la ampliación (escuchaba a Puyal mirando esa fotografía del campo, y así me hacía una composición de lugar), incluso podría desenterrar, si mucho me apuran, el disco Medianoche en Moscú, canción que grabó un Julio Alberto pletórico con su mujer de entonces.

Coleccionismo futbolístico: Manel Mayoral tiene de todo. Ahora ha reunido sus rarezas en un libro muy curioso

Vamos, no me juzguen tan a la ligera: quien más quien menos tendrá en su casa objetos similares, trastos ajados que nos resistimos a tirar porque pese a la edad siguen conservando una pizca de nostalgia y además no son nocivos. Aunque, a decir verdad, estas disposiciones vagamente afectivas se convierten de vez en cuando en obsesión, y entonces se diluyen por momentos los límites entre la afición y la enfermedad. El galerista de arte Manel Mayoral, por ejemplo, es uno de estos espíritus tocados por el afán de coleccionismo, y su objetivo es todo aquello que tenga que ver con el balompié. Si mis cromos fueran de la época de mi abuelo, él ya habría intentado comprármelos. A mí no me parece tan raro; es más: si tenemos en cuenta que hay gente dispuesta a pagar una morterada por un pelo de Marilyn Monroe o que guarda en una vitrina cascos abollados de la II Guerra Mundial, coleccionar futbolines y cromos, balones de trapo y entradas premonárquicas me parece una afición de lo más normal.

Manel Mayoral tiene una de las colecciones más completas y valiosas de artículos futbolísticos que hay en Europa. 'El valor sentimental es superior al material', afirma él, y se queja de que a menudo tenga que ir al extranjero para participar en subastas y ferias (conclusión: al fútbol de aquí le falta su Jordi Tardà). Hace poco, Mayoral decidió que ya estaba bien de disfrutar en privado de sus tesoros y se prestó a darlos a conocer en público. Coincidiendo con una breve exposición en la feria Planet Fútbol, que se celebró en Montjuïc semanas atrás, el galerista y coleccionista reunió una amplia muestra de su acopio en el libro catálogo La gran colección de fútbol (Edicions Cal Jan, 2002; 349 páginas), acompañado además de los comentarios de una alineación de enfermos del fútbol: Ramon Besa, Antoni Bassas, Manuel Vázquez Montalbán, Johan Cruyff, Sergi Pàmies, Andoni Zubizarreta y Jordi Basté, entre otros.

La colección de Mayoral refleja una obsesión del siglo XX, extensa y diáfana, sin corsés estéticos y nacida de una motivación sentimental: tanto valor tiene una porcelana naïf de dos niños luchando por un balón como un futbolín de madera de los años treinta. En este sentido, el catálogo de Mayoral es un magnífico cajón de sastre en el que uno puede descubrir centenares de sorpresas y ensoñar con ellas. Se abre el libro con una muestra de balones y botas de principios del siglo pasado (y ahora ya sabemos de dónde sacan sus diseños los de la casa Camper), vienen después los pósteres conmemorativos, los homenajes. Revivimos el retorno de Helenio Herrera y Luisito Suárez al Camp Nou, en 1965 (Inter-Barça, partido amistoso), o el enfrentamiento en el Trofeo Carranza 1974 del Santos de Pelé y el Barça de Cruyff. Siguen después todos los registros de esta obsesión: juguetes y pósteres, entradas de partidos memorables y caramelos con el reclamo del fútbol, estupendos anuncios troquelados y sellos conmemorativos, navajas y fotos dedicadas, periódicos históricos y vitolas de puro. Todo, todo es posible en la colección de Manel Mayoral. Yo, por mi parte, confieso que me quedé embelesado ante el cartel de una película de 1974, Bienvenido, Mister Krif, que deberá reponer TV-3 en alguna noche aciaga para los azulgrana y en la que el caricato Joe Rigoli, de todos conocido y añorado, saca provecho de su asombroso parecido con el maestro holandés. Pagaría por verla.

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