Misión imposible
No saltó la chispa de la emoción, mala cosa en Mahler. Tal vez la transposición para voces y piano de la gran obra sinfónico-vocal La canción de la tierra dejaba aparcados en el camino demasiados matices. Tal vez los intérpretes no acabaron de encontrar esa pizca de intimidad que reclama necesariamente el mundo del lied. Lo cierto es que el recital iba transcurriendo con una sensación cada vez más firme de una misión imposible. Se añoraba la orquesta y, lo que es más preocupante, se añoraba también la esencia del lied.
Ann Murray ha dejado en nuestro país, y en este teatro en particular, muestras más que sobradas de su talento interpretativo. La corrección de su Mahler no impidió en esta ocasión una sensación de frialdad, un distanciamiento que desembocaba en la monotonía. Descafeinado, se podría decir. El tenor evidenció unas buenas dosis de potencia vocal, pero su adecuación estilística era dudosa. El pianista se mostró voluntarioso en su asunción del papel de hombre-orquesta. A veces su Mahler se acercaba al espíritu de Schönberg, otras al de un jazz berlinés. La sensación de ausencia crecía en el desarrollo conjunto de la obra. Confieso que no conseguí entrar a lo largo de toda la noche en lo que sucedía en el escenario. Quizás sea un problema mío, porque el público ovacionó generosamente a los artistas, haciéndoles salir a saludar numerosas veces.
La canción de la tierra
De Gustav Mahler. Con Ann Murray (mezzosoprano), John Daszak (tenor) y Peter Donohoe (piano). VII Ciclo de Lied. Fundación Caja Madrid. Teatro de La Zarzuela, 18 de marzo.
Babelia
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