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Sembrar comida

Barcelona ha vuelto a congregar a miles de personas disconformes con el modelo socioeconómico de nuestro planeta, con motivo de la cumbre de la Unión Europea. Algunos sectores de interés dicen que se trata de quejas sin alternativas, de simples pataletas. Pero, como se ha visto en Porto Alegre, además de disfraces y pancartas se presentan propuestas concretas.

Uno de los problemas fundamentales de los países del Sur sigue siendo el hambre, a pesar de que jamás se había producido la cantidad de alimentos de que disponemos ahora en el mundo. Para corregir esta dramática contradicción, desde diferentes redes sociales defendemos la soberanía alimentaria. ¿En qué consiste? Veamos un ejemplo.

Paulino es productor de café en la República Dominicana, como lo fueron su padre y su abuelo. Su cultivo se exporta, pero él nunca sabe a qué precio (dependerá de las transnacionales). Hace tiempo sembró una variedad mejorada (café caturrá) que supuestamente rendía más, pero ahora resulta que es la más sensible a la broca, una plaga difícil de exterminar. Cada año tiene más gastos en fertilizantes y pesticidas, mientras que la cosecha y el precio son menores. Así que Paulino ha empezado a arrancar café y a sembrar comida. Espera que diversificando su producción pueda alimentar a su familia y no depender tanto del mercado internacional. Todo lo hace orgánico, lo que le ahorra dinero, y además ya vio cómo su compadre Felucho cayó enfermo de tanto regar venenos en el campo. Si el Gobierno dejase de importar el maíz subvencionado que manda Estados Unidos, quizá tendría posibilidades de salir adelante y vender a buen precio parte de sus nuevas cosechas. Paulino seguirá manteniendo el cafetal, es parte de su cultura, pero qué bueno sería si alguien le pusiera reglas a ese comercio, de forma que no pierdan siempre los mismos. Es decir, sin negar el comercio internacional, que las normas de ese comercio respeten la primacía del derecho de todos los pueblos a decidir cómo y qué alimentos producir (soberanía alimentaria) por encima de los imperativos del beneficio económico. Para ello es necesario:

-Fomentar y dar prioridad a las producciones locales y al mercado local, apoyando a los pequeños productores con el acceso a los recursos productivos (tierra, agua, semillas, etcétera), hoy en manos de unos pocos, y disminuyendo la distancia entre productor y consumidor.

-Propiciar los sistemas de producción ecológicos, porque son eficaces, sostenibles y menos costosos que los modelos intensivos; no generan dependencias de tecnologías que los pobres no pueden pagar, y son respetuosos con el medio ambiente y sanos para quienes los consumen: tracción animal, rotación y diversificación de cultivos para el control de plagas, por ejemplo. Si el desarrollo tecnológico no ha dado de comer a los millones de personas hambrientas, tenemos que replantear el sistema.

-Adoptar políticas que fomenten una producción sostenible, basada en la producción familiar campesina, en lugar de los monocultivos en los que las actuales políticas neoliberales obligan a los países a especializarse en productos agrícolas para la exportación a expensas de la producción de alimentos para el mercado interno. Eso significa también prohibir prácticas como las subvenciones a la exportación (dumping) que se facilitan a los productores de los países industrializados o impedir que ciertos avances técnicos -como las semillas transgénicas- dejen el control de los recursos en manos de unos pocos.

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Nos enfrentamos a poderosos intereses económicos, pero son millones las personas que siguen muriendo de hambre. ¿Hasta cuándo va a predominar la indiferencia? ¿Hasta qué limites de deshumanización nos va a llevar el mercado?

Gustavo Duch Guillot pertenece a Veterinarios sin Fronteras.

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