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RAÍCES
Columna
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La soledad vinculada

¿Realmente es necesaria la poesía? ¿Pero habrá alguien que lea poemas en su casa, por gusto, sin ningún compromiso ajeno a los placeres de este extraño y anticuado género? En voz alta o en silencio, según las escalas del pudor o el respeto que desee guardar ante las tradiciones oficiales de la cultura, yo sé que hay mucha gente que se hace esta pregunta. Las personas interesadas en la poesía no necesitan ningún tipo de explicación sobre las conmociones intelectuales y las reflexiones sentimentales que un buen poema puede provocar, porque de sobra conocen lo que han tenido la oportunidad de experimentar en su propia conciencia. Y necesitan mucho menos una explicación sobre el lugar simbólico que ocupa la poesía en la sociedad contemporánea. Pero estas explicaciones quizás no les resulten inútiles a los esforzados y victoriosos defensores del pragmatismo, porque una breve visita a la poesía puede ayudarles a comprender las reglas de juego que soporta su sentido de la utilidad.

La llamativa presencia de Luis Cernuda en la literatura española contemporánea no se debe sólo a la fortuna de sus recursos expresivos, sino también al carácter ejemplar de su personaje poético. El mundo de La realidad y el deseo es un buen motivo de conversación y una buena perspectiva para los que quieran plantearse el crédito actual de la poesía. En una sociedad que tiende a la homologación, a través de mecanismos publicitarios que consagran las confluencias en un pensamiento único, el poeta reivindica, al vigilar cada palabra, su conciencia individual. Cada matiz, cada disposición del vocabulario, pretende ser la consecuencia de una mirada personal. Por añadidura, y para tensar la cuerda, en una época que confunde la individualidad con las competiciones egoístas del sujeto posesivo, el poeta busca una soledad vinculada, un diálogo con el otro, un territorio común en el que volver a fundar los pactos traicionados por la civilización. Las diferencias líricas no alcanzan sentido sin una nostalgia flexible de la totalidad, ese lugar de encuentro que sugiere la presencia del lector. En efecto, las relaciones del poeta con sus palabras condensan una toma de postura ante el lector, que es siempre una decisión social, una disposición metafórica ante la sociedad.

La vocación literaria de Luis Cernuda se perfila definitivamente en un poema de Invocaciones titulado Soliloquio del farero. Se trata de la historia moral de un hombre que llega a la soledad por una vocación social continuamente decepcionada, hasta el punto de que da una vuelta de tuerca y elige la conciencia individual como mapa de salvación de los sueños colectivos. Solitario por amor a los demás, acaba amando a los demás en la raíz última de su soledad: 'Por ti, mi soledad, los busqué un día; / En ti, mi soledad, los amo ahora'. La soledad del farero trabaja en relación estrecha con los peligros y los itinerarios de los demás, aunque su luz brille en un rincón olvidado del mundo. Su luz no es una orilla, sino un aviso; y esa inteligencia alarmada, en una época que convierte todos sus pensamientos en orillas, en puntos de llegada y de comunión, caracteriza el lugar ocupado por el poeta.

Luis Cernuda acentuó con el paso de los años las tensiones contradictorias de sus palabras y sus soledades. Aunque comenzó a escribir en las estrofas clásicas del racionalismo vitalista, su fe en la capacidad formalizadora de la inteligencia nunca ocultó una herida romántica, una insatisfacción ante la realidad que le llevó a perseguir los mitos del deseo en la moral surrealista. Por eso descubrió enseguida que la rebeldía de la vanguardia era una extensión de las contradicciones del Romanticismo, y quiso huir también de la pureza fantasmal de los consuelos. Los seres humanos pueden vivir sin dioses, pero los dioses le deben la vida a los seres humanos, es decir, son una extensión imaginaria de la realidad, el resultado de una insatisfacción. Desde ahí, Cernuda jugó a desear y a saber, a imaginar y a no engañarse, extremando el orgullo de su individualidad, pero a través de un lenguaje cada vez más seco, más colectivo. Ésa es la lección de La realidad y el deseo, la paradoja que sostiene la figura ejemplar de Cernuda. El poeta sabe que hace falta liquidar la conciencia individual para destruir los espacios públicos. Su reacción es lógica: defender la dignidad individual, como el único modo de mantener los sueños colectivos. Son las palabras de una soledad vinculada.

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