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Columna
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La vida

'Esto no es un ensayo general, señores: esto es la vida', dijo el gran Oscar Wilde, que, como es sabido, se las apañó para arruinar prematuramente su destino. No tenemos más que esta vida, confusa y vertiginosa, y es un tesoro. He aquí el más claro indicativo de la riqueza de los occidentales: valoramos nuestra vida, nos preocupamos por ella, sufrimos angustias existenciales, nos deprime envejecer. Pero hay miles de millones de personas que carecen de ese bien primero y elemental. La vida no vale ni un comino en la mayor parte del planeta.

La semana pasada, por ejemplo, el Gobierno español impidió que siete polizones de un barco de Liberia atracado en Sagunto fueran atendidos por las oenegés. El barco regresó a la mar con los siete desdichados en la barriga, pero, eso sí, tras haber depositado en el puerto, sin que supusiera ningún problema, la carga de madera que traía. Madera de Liberia y de Sierra Leona que, según un informe de la ONU, está siendo utilizada para pagar el armamento de los señores de la guerra de la zona. Y recuerdan de qué zona hablamos, ¿no es así? De ese territorio atormentado en donde a los niños les cortan los brazos y las piernas a machetazos o les amputan orejas y narices.

De modo que somos incapaces de mostrar el más elemental respeto a la vida de siete personas, pero no nos importa asociarnos comercialmente con sus mutiladores: España es el sexto comprador mundial de esa madera sangrienta. Tampoco parece importarnos demasiado la constante masacre en Palestina; o que 15 niñas saudíes hayan muerto en un incendio porque, como no llevaban el velo puesto, la Policía Moral les impidió salir de entre las llamas (estos policías morales son iguales a los de los talibanes, pero de ellos no se habla porque Arabia Saudí es nuestro aliado). Tengo grabada en mi memoria esa foto de Sharbat, la afgana que hace 17 años, adolescente y bellísima, fue portada del National Geographic, y que ahora, con apenas treinta, muestra en su rostro todo el miedo y la devastación de una existencia rota. Su única existencia, como diría Wilde, que de alguna manera le han robado. Qué poco vale la vida, ciertamente. Sobre todo, la vida de los demás.

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